[Conferencia inaugural]. La cabeza llena de pájaros. Cuando la Filosofía sobrevuela el Arte.
Presentación de la programación de la Fundación Arranz-Raso 2024.
Inauguración de la Exposición “La lengua de los pájaros” del artista aragonés Santiago Arranz Paris.
Fundación Arranz-Raso. Espacio Maigualas.
Castejón de Sos. Huesca. España.
23 de junio de 2024. 12 h.
Audiovisual: 00:20:10
[Conferencia.]
LA CABEZA LLENA DE PÁJAROS.
CUANDO LA FILOSOFÍA SOBREVUELA EL ARTE.
Un mundo sin pájaros.
De niño recuerdo un cuento que mi padre, Luis, me contó en la cama, tumbado junto a mí y junto a mi hermana Mar. Es quizá uno de mis primeros recuerdos de infancia. Pocas cosas recuerdo antes de esta narración. He buscado el origen de esta historia, pero no he encontrado ninguna referencia. Quizá no es más que un cuento que mi padre fue inventando para alimentar nuestra imaginación, en un tiempo de ternura y esperanza.
Un viejo agricultor, adusto y malencarado, labraba y sembraba sus campos, a la espera de que la cosecha llenara sus graneros y salvara su miseria en los tiempos del hambre. Mientras esparcía las simientes en la tierra yerma, los pájaros se comían los granos. Con su aspecto rudo y amenazador, espantaba a las aves, en una eterna e infructuosa lucha que no tenía fin. Cuanto más grano aventaba, más pájaros se arremolinaban en torno a los surcos y más terrible era su enojo y su desesperación.
En medio de su ira, el campesino decidió capturar a todos los pájaros que hubiera sobre la tierra y encerrarlos en una estancia, impidiéndoles el vuelo y cercenando su libertad. No tardó demasiado tiempo en llenar aquel recinto con todas las especies de aves, como si de un arca se tratase: mirlos, vencejos, gorriones, ruiseñores, golondrinas, mochuelos, andarríos, colibríes y martinetes. Los campos quedaron vacíos y el grano comenzó a germinar.
Los pájaros revoloteaban en la clausura de su encierro y ya nada fue como ayer. El labrador había conseguido su propósito y las aves habían dejado de surcar el cielo de los campos. Ya no se oían sus cantos, sus trinos y gorgojos. Una extraña paz reinaba en las tierras, mientras en la clausura, los pájaros sufrían el cautiverio.
El anciano labriego no tardó en observar que sus sembrados no daban frutos, que los eriales se consumían, que las plagas se extendían por sus tierras y que el color de sus campos se tornaba pálido, triste y baldío. Abatido por la imagen de la desolación de sus haciendas, comprendió que la ausencia de los pájaros había traído su ruina y la sordidez de los campos.
Decidido abrió las puertas y las ventanas de par en par, y dejó volar a los pájaros encerrados. Pronto el cielo se llenó de planeos, remontes y aleteos, y el silencio dio paso a los chirridos, los silbidos y los trinos. La tierra cobró vida, y el campesino, humilde y arrepentido, entendió que un mundo sin pájaros es un barro muerto que, junto a la memoria y el deseo, revuelve raíces apagadas con lluvia en primavera.

La cabeza llena de pájaros.
Cuando decimos que alguien tiene la cabeza llena de pájaros hacemos referencia a aquellas personas que tienen ideas fantasiosas, poco realistas, o que están distraídas por pensamientos extravagantes, excéntricos y estrafalarios. Es una antigua metáfora que sugiere que los pensamientos de la persona vuelan libremente, como pájaros, sin una dirección clara o un anclaje en la realidad. Esta expresión puede indicar creatividad, imaginación y una mente abierta a nuevas ideas, pero también puede sugerir falta de madurez o una incapacidad para enfrentar la realidad de manera práctica. No puedes confiar en alguien que tiene la cabeza llena de pájaros. Tanto en la literatura como en el arte, esta metáfora ha sido utilizada para caracterizar a personajes soñadores, idealistas, que viven en un mundo de fantasía.
“Cabeza a pájaros” es una expresión que designa coloquialmente ligereza, atolondramiento, irreflexión, estar en babia o ser una persona ilusa, romántica, soñadora, que está en las nubes. Frente a esta connotación, encontramos la expresión “ser un cabeza cuadrada”, que se utiliza para describir a una persona metódica y demasiado obstinada, rígida, inflexible o estrecha de miras en su forma de pensar. Este tipo de persona suele seguir reglas y normas de manera estricta, sin mostrar apertura a nuevas ideas o a perspectivas diferentes. A menudo, también se refiere a alguien que es excesivamente lógico o literal, sin espacio para el vuelo, para la creatividad, para la genialidad o la improvisación.
Una paremia se define como un enunciado sentencioso que incita a la reflexión moral e intelectual. Dentro de la clase de las paremias encontramos refranes, proverbios, aforismos, adagios, máximas o dialogismos. Los zoomorfismos siempre nos han acompañado en nuestra lengua: tener pájaros en la cabeza, mariposas en el estómago, hormigas en las manos, la mosca en la oreja o el cerebro de mosquito, sentirse como pez en el agua o ser una mosca cojonera, ser ave de paso o un pájaro de mal agüero, ser una bestia parda, ahuecar el ala o picar el anzuelo, darte la pájara o estar con el mono, entre otras muchas. La palabra “paremia”, proviene del término griego paroimia, compuesto por el prefijo “para-“ –que significa “junto a” o “de parte de”– y de la palabra “oímos”, que significa “camino”. Una posible definición a partir de esta etimología podría ser: las cosas que se dicen a lo largo del camino, o de forma más poética: la sabiduría de caminantes.
La paremia que he elegido hoy, “tener la cabeza llena de pájaros”, hace alusión a nuestra racionalidad, a nuestras emociones, a la levedad del vuelo de los pájaros, a su canto desenfrenado y al suelo firme donde tenemos los pies. Por eso, a continuación, les hablaré de nuestra condición humana, de nuestras ansias de volar, de la melodía de nuestra conciencia y del jardín perdido donde siempre quisimos volver. Tener la cabeza llena de pájaros es ansiar la levedad que pone fin a la gravedad de nuestra vida cotidiana, oír la música que nos devuelve a la naturaleza primitiva y volver a ese lugar idílico del que nunca quisimos salir. Los pájaros son esa esperanza anhelada que nunca pudimos alcanzar, los grandes sueños y las utopías que dan sentido a nuestro estar aquí, en un mundo grave, lleno de ruido y sin hogar.
La naturaleza, la simbolización, el arte y la historia han descarnado el sentido de los pájaros en nuestra civilización. En lo sucesivo, utilizaré en mi exposición estos cuatro ámbitos de análisis (naturaleza, simbolización, arte e historia) de un modo transversal. Los cuatro ámbitos aparecerán sobre una triple articulación expositiva: el vuelo, el canto y el lugar. Podríamos hacer un análisis lineal y continuo del lugar que ocupan los pájaros en la naturaleza, en la simbolización, en el arte y en la historia, pero prefiero distribuir esta propuesta cuadrangular sobre la exposición y la narrativa del artista, en una especie de políptico estratigráfico que responde a las intenciones del discurso artístico y de su narración. De este modo, los cuatro ámbitos aparecerán en los tres estratos propuestos: levedad, ritmo y situación (el sobrevuelo, la lengua y el jardín), es decir, el vuelo, el canto y el lugar.
1. El vuelo.
Los pájaros siempre han sido un vestigio de nuestro origen más primitivo. Su diversidad biológica ha sido un motivo de reflexión. El enigma de su condición etérea es un eterno incomprensible, una evidencia contra la razón.
No es posible que los pájaros vuelen y, sin embargo, nos rendimos al extraordinario espectáculo de su levedad, de su vuelo sutil, liviano y casi celestial. De todos es sabido que esta etérea condición es el origen de su simbolización y de su representación en el arte, en la ciencia, en la filosofía y en la historia.
Como si de una ilusión se tratase, el vuelo de los pájaros es una apariencia. Pese a que la física nos hace entender sus leyes, la estética contradice las apariencias, y lo evidente sería que los pájaros estuvieran anclados en el suelo, en una Tierra arjé originaria, en un arca que no se mueve y que es plana.
En la cabeza llena de pájaros, el arte, la literatura, la ciencia y la filosofía tienen su lugar y su espacio: en la osadía del arte, en el valor de la literatura, en las revoluciones científicas y en el cambio de escalas de la filosofía. La filosofía, como institución simbólica racional, en su dimensión meramente horizontal, en ocasiones se vuelve impositiva: un pensamiento de survol, una instancia de sobrevuelo que impone el sentido ya sea desde un supuesto Ser en el límite superior, ya sea desde unas condiciones trascendentales de posibilidad, o ya sea desde un límite inferior, desde los datos como realidades últimas. Los pájaros en la cabeza de la filosofía son un pensamiento de survol, tal como veremos a continuación, pero no de un sobrevuelo impositivo, sino de la libertad que exige su vuelo para que las ideas sean fecundas. Solo un pensador sabe en qué consiste este vuelo rasante, que devuelve a la filosofía la precisión, la intuición y su sentido.
Para la ciencia, el vuelo de los pájaros descubre la condición de los cielos y las leyes de la levedad. Desde la antigüedad, pero, sobre todo, desde el renacimiento, el hito de volar se ha convertido en un anhelo. El anhelo de volar ha sido una constante en la historia de la humanidad. Desde las primeras civilizaciones, el hombre ha observado con fascinación a las aves y ha deseado emular su capacidad para volar. Este sueño se ha manifestado de diversas maneras a lo largo de los siglos, desde la mitología y la literatura hasta los avances científicos y tecnológicos que hicieron posible el vuelo.
Algunos de los grandes hitos que marcaron este anhelo han quedado impresos en la memoria colectiva: la leyenda de Ícaro y Dédalo; Pushpaka Vimana, una máquina voladora mencionada en el Ramayana, un antiguo texto épico de la mitología india; Leonardo da Vinci con sus diseños de máquinas voladoras basadas en la anatomía de las aves y el estudio del vuelo; Otto Lilienthal, un pionero alemán que a finales del siglo XIX realizó numerosos vuelos exitosos con planeadores, proporcionando datos cruciales sobre la aerodinámica; Orville y Wilbur Wright, los hermanos Wright, que en 1903 lograron el primer vuelo controlado y sostenido de una aeronave motorizada; el vuelo transatlántico de Charles Lindbergh en 1927 y el desarrollo de aviones de pasajeros como el Boeing 747; Yuri Gagarin y Valentina Tereshkova, los primeros seres humanos que volaron al espacio, y Neil Armstrong y Buzz Aldrin, que en 1969 caminaron sobre la Luna.
El anhelo de volar no es solo un deseo físico, sino también un símbolo de libertad, progreso y superación de los límites. Representa la antigua aspiración humana de trascender y explorar lo desconocido, impulsados por la curiosidad, la innovación y la aventura. El vuelo de los pájaros se ha convertido en un símbolo de las diferentes culturas y tradiciones a lo largo de la historia: libertad, espiritualidad y trascendencia, renovación y cambio, visión y claridad, belleza y gracia, misterios y arcanos.
En la cultura islámica los pájaros representan los símbolos de los ángeles, ya que los ángeles tienen alas y pueden alcanzar los cielos, mientras que para los celtas simbolizan los mensajeros de los dioses; son los auxiliares de los dioses, considerados, por tanto, símbolos de la libertad divina. Los nidos de las aves se comparan con el paraíso, el refugio oculto e inaccesible, la morada suprema. En el Corán, el pájaro se considera el símbolo de la inmortalidad del alma por su papel de mediador entre el cielo y la tierra. Los llamados pájaros nocturnos representan las almas del otro mundo, por lo que son mensajeros de malas noticias.
Existe una creencia en la capacidad de los pájaros para ser portadores de mensajes y augurios. Si la ornitología nos ayuda a entender la gran diversidad de especies aladas, la ornitomancia nos enseña que los pájaros no solo son criaturas del cielo, sino que, además, son mensajeros del futuro. Esta creencia se fundamenta en la capacidad de los pájaros para volar alto y lejos, mediando entre el cielo y la tierra, observando desde las alturas lo que a los seres humanos nos está vedado, oculto y negado.
A lo largo de toda la simbología humana, el vuelo de los pájaros aparece como una metáfora universal que atraviesa todas las fronteras culturales, evocando sentimientos de libertad, esperanza, y conexión espiritual. Mensajeros divinos, portadores de presagios y augurios, almas de difuntos, deidades, tótems y espíritus protectores, mitos de la creación, símbolos de armonía, longevidad y sabiduría, paz y pureza, en la cultura china el Fenghuang, Fénix chino, representa la paz, la prosperidad y la unión de yin y yang. El vuelo del Fenghuang es un símbolo auspicioso de armonía. Las grullas son símbolos de longevidad y sabiduría. Su vuelo es visto como una elevación espiritual. En el budismo, los pájaros representan la pureza y la paz del nirvana. En la cultura japonesa, la Grulla, Tsuru, es símbolo de buena fortuna, longevidad y fidelidad. Se cree que la grulla puede vivir mil años, y su vuelo es un signo de buena suerte y felicidad. Los pájaros siempre aparecen en la poesía y el arte japonés como símbolos de estaciones, emociones y estados de ánimo.
El cristianismo ha interpretado y utilizado la conducta y las características de los pájaros para comunicar aspectos importantes de su teología y de su espiritualidad. Los pájaros, en su capacidad de volar y conectarse con los cielos, sirven como metáforas poderosas de la relación entre lo humano y lo divino. La paloma es quizás el símbolo más conocido en la cultura cristiana, representando al Espíritu Santo, pero también es un símbolo de paz, tal como aparece en los relatos del Antiguo Testamento. El águila es vista como un símbolo de renovación espiritual y resurrección. En el libro de Isaías, se menciona que los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas, elevarán alas como las águilas. El águila también representa la visión clara y el poder divino, elevándose hacia los cielos y mirando desde lo alto, simbolizando la omnisciencia y la omnipotencia de Dios. En la iconografía cristiana, el pavo real es un símbolo de la eternidad y la resurrección, por la belleza y magnificencia de su plumaje, y por su costumbre de mudar y regenerar sus plumas. Los primeros cristianos usaban el pavo real como un símbolo de la inmortalidad del alma y la vida eterna.
La hermenéutica del simbolismo religioso ha utilizado a los pájaros con una intención sagrada. Según una antigua leyenda, el pelícano hería su propio pecho para alimentar a sus crías con su sangre en tiempos de escasez, convirtiéndose en un símbolo de Cristo que se sacrifica por la humanidad. Esta imagen se utiliza para representar la Eucaristía y el sacrificio redentor de Jesús. Sin embargo, el gallo es un símbolo de vigilancia y de despertar espiritual. Se le asocia con el arrepentimiento y la penitencia, recordando la negación de Pedro antes de que el gallo cantara tres veces. La cigüeña es un símbolo de la renovación y la pureza, asociada a menudo con el nacimiento y la llegada de nuevas vidas. En algunas representaciones, también puede simbolizar el cuidado y la piedad filial. El cuervo tiene un papel dual en la simbología cristiana. Aunque generalmente es un símbolo de presagio y oscuridad, también se asocia con la provisión divina, como en el relato de Elías siendo alimentado por cuervos en el desierto. El cisne, con su elegancia y su canto asociado con la muerte, el canto del cisne, ha llegado a simbolizar la inmortalidad a través de la fama y la creación artística. En diversas culturas y a lo largo de la historia, el cisne ha representado la idea de que una última y memorable contribución puede perdurar más allá de la vida de una persona, inmortalizándola a través de la belleza y el arte. Este símbolo refleja la aspiración humana de ser recordado y apreciado por las generaciones futuras, un deseo de trascender la mortalidad a través de la obra y la fama.
En la literatura universal, los pájaros simbolizan la libertad, la aspiración y la conexión con lo trascendental. El canto del ruiseñor, por ejemplo, se ha interpretado como una expresión de belleza y de dolor, y la alondra en la poesía de William Shakespeare es un símbolo de la alegría y de la renovación. Los pájaros en la literatura funcionan como símbolos versátiles que representan una amplia gama de significados, desde la paz y la esperanza hasta la muerte y la desesperación. Los escritores han sabido utilizar las características y comportamientos de las aves para reflejar aspectos de la experiencia humana y para comunicar los asuntos humanos más profundos de una forma evocadora y poética. “El Cuervo” de Edgar Allan Poe es un poema que personifica al cuervo como un mensajero de la tristeza y la desesperanza, simbolizando la permanencia del dolor y la muerte. En la “Oda a un ruiseñor” de John Keats, el ruiseñor representa la belleza eterna y la inspiración, contrastando con la mortalidad humana. En “Romeo y Julieta” de William Shakespeare, la alondra representa el amanecer y el paso del tiempo, marcando la separación de los amantes tras su noche juntos. En “El patito feo” de Hans Christian Andersen, el patito se transforma en un hermoso cisne, simbolizando la realización personal y la belleza interna. En “Así habló Zaratustra” de Friedrich Nietzsche, el águila es un símbolo del espíritu libre y de la nobleza. En “El jardín de los cerezos” de Anton Chéjov, el pavo real simboliza la ostentación y la decadencia de la aristocracia rusa. En “El halcón maltés” de Dashiell Hammett, el halcón es un símbolo de valor y codicia, un objeto de deseo que conduce a la intriga y el crimen. En “Cumbres Borrascosas” de Emily Brontë, los gorriones representan la supervivencia y la adaptabilidad en un entorno hostil.
La representación del vuelo de los pájaros en el arte refleja una rica tradición de simbolismo y observación naturalista. A lo largo de la historia, estos animales han sido utilizados para expresar ideas sobre lo divino, la naturaleza, la ciencia y la condición humana, mostrando la profunda conexión entre el arte y el mundo natural.
Las primeras representaciones artísticas del vuelo de los pájaros aparecen en las pinturas rupestres de Lascaux, realizadas hace más de 15.000 años, en la cultura Magdaleniense. También en el fresco de la Casa del Brazalete de Oro de Pompeya. Plinio el Viejo elogiaba, en su Historia Natural, la labor de Zeuxis al pintar unas uvas tan realistas que los pájaros bajaban a picotear la obra. Los Bestiarios ya aparecen en obras clásicas griegas y romanas, aunque alcanzaron fama durante la Edad Media en forma de manuscritos iluminados o ilustrados, es decir, aquellos que se decoraban no solo con letras, sino con ilustraciones de aves. El De arte venandi cum avibus, o Del arte de cazar con pájaros, del Emperador Federico II, se editó entre 1241 y 1248. El códice sobre el vuelo de los pájaros es un manuscrito de Leonardo da Vinci sobre los estudios del vuelo de los pájaros, escrito entre el 14 de marzo y el 15 de abril de 1505 en Florencia. Durero, en 1506, pintó El mochuelo, una acuarela de una intensa expresión que hoy podemos apreciar en el museo Albertina de Viena. Rubens y Rembrandt utilizaron el vuelo de los pájaros para añadir más dramatismo y movimiento a sus composiciones. Las aves en vuelo ayudaban a guiar la vista del espectador a través de la pintura y a acentuar la acción y el dinamismo de la escena. En el Rococó, las representaciones de pájaros en vuelo eran más ligeras y decorativas, reflejando la estética más ornamental de la época. Martin de Vos, en el siglo XVI, en su obra El Aire, representa la alegoría del aire, en la que aparece el dios Eolo rodeado de cernícalos, somormujos, calamones, espátulas, águilas reales, martines pescadores y garzas.
Las representaciones de distintas aves posadas sobre troncos de árboles a modo de Concierto de aves, en ocasiones junto a una partitura musical, fueron popularizadas por los artistas flamencos en las primeras décadas del siglo XVII. Un ejemplo excepcional es el Concierto de aves de Frans Snyders, aprendiz de Pieter Brueghel el Joven y de Hendrick van Balen. A mediados del siglo XVIII, con la aparición del naturalismo de Linneo, comenzó a desarrollarse la Ornitología como ciencia, elaborándose numerosos catálogos que eran verdaderas obras de arte. A finales del siglo XVIII, los franceses dedican enciclopedias ilustradas completas al mundo de las aves. John James Audubon, ornitólogo, naturalista y pintor francés, considerado como el primer ornitólogo de América, realizaba sus propias ilustraciones y pinturas en láminas. Publicó su gran obra Birds of America, marcando un hito en la historia de la ilustración divulgativa de las aves.
En pleno Romanticismo, en el Sturm und Drang, Caspar David Friedrich utilizó las aves para simbolizar la búsqueda de la libertad y la trascendencia. Este período se caracterizó por una fascinación con la naturaleza salvaje y lo sublime, y el vuelo de los pájaros se convirtió en un motivo para explorar la soledad, y la aspiración y conexión con la naturaleza. Los impresionistas y postimpresionistas, como Claude Monet y Vincent van Gogh, también se inspiraron en el vuelo de los pájaros, utilizando su movimiento para explorar nuevos enfoques en la luz y el color. Estos artistas capturaron la efímera belleza del movimiento de los pájaros, a menudo en paisajes abiertos y luminosos, reflejando su interés por los efectos atmosféricos y la percepción visual.
Picasso y su paloma de la paz, los retratos de Frida Kahlo rodeada de aves tropicales, el estudio de un cuervo de Édouard Manet, los vuelos de las golondrinas de Giacomo Balla, la gallina melancólica de René Magritte, las aves dentro de un ave de Milton Glaser, la Sinfonía de aves de Christian Lacroix Maison, el búho rojo de Max Ernst son algunas de las múltiples obras de arte que han buscado reflejar la belleza y gracia de las aves en las evoluciones de su vuelo: los Dos pájaros que se cruzan en su vuelo que José del Castillo dibujó en 1762, en carboncillo sobre papel verjurado o el aleteo agitado de la ilustración que Utagawa Hiroshigue pinta en Japón, en 1856, o el óleo del siglo XVIII de Bruno Liljefors, representando a un búho que ataca a un urogallo; los vuelos en picado como el de un faetón colirrojo de Sydney Parkinson o el de un petrel azul de Georg Froster.
El Pájaro en el espacio de Brancusi es la decimoquinta de una serie de variantes de bronce o mármol, basada en un tema que preocupó al artista durante más de tres décadas, a partir de la Maiastra, el primero de sus pájaros. Brancusi más que retratar un pájaro, pretendía capturar la esencia del vuelo, la conquista del espacio. Las aves en vuelo es una obra emblemática del artista Aaron Douglas, destacado miembro de la corriente artística del Renacimiento de Harlem, con colores vibrantes que evocan la vitalidad y el movimiento de los pájaros.
Las Ornitografías, los vuelos armónicos de las aves en grandes bandadas dando pinceladas al cielo, se han vuelto poéticos trazos abstractos que representan verdaderas obras de arte efímeras. El fotógrafo barcelonés Xavi Bou, en su fascinante proyecto “Ornitografías”, nos muestra de una forma sencilla, bajo imágenes preciosas, cómo se desenvuelven las aves en el cielo, en un único lapso de tiempo captado en una fotografía de forma perfecta, todo con el simple objetivo de admirar algo que nuestros ojos no pueden percibir a simple vista, retratando las formas orgánicas que surgen del movimiento de las aves.

2. El canto.
El vuelo de los pájaros nos seduce por su levedad, por su liviandad y su ligereza; por contrariar nuestro sentido de la gravedad, ampliando la visión del mundo y, por consiguiente, ensanchando los límites del sentido. Sin embargo, el canto de los pájaros nos cautiva por su ritmo, por el tiempo y su cadencia, pero también por el enigma que encierra, por el misterio que se oculta en sus infinitas modulaciones, por el indescifrable código que se esconde en sus inflexiones y en sus variaciones. Si el espacio queda dominado por el vuelo, más allá del espacio y de su visión aerodinámica está el canto como lengua de la iluminación. El trino, el gorjeo, la ululación, el graznido, el cacareo, el crotoreo, el gañido, el ajeo, el chirreo, el grajeo, el gorgorito, el silbo, el pío, el arrullo o el zureo son algunos de los extraños sonidos que abren el oído al canto universal de los pájaros.
La naturaleza da cuenta de este fenómeno. Las aves no cuentan con una laringe ni con cuerdas vocales para emitir sonidos y entonar, sino que es la siringe (órgano parecido a un globo en la tráquea) y dos membranas conectadas a ella las que les permite variar el timbre de su canto. El origen del canto de los pájaros no es innato, sino que se debe aprender en su tierna infancia. Durante este proceso de aprendizaje de meses, las aves son capaces de aprender el canto de sus parientes, y será a lo largo de su vida cuando vayan consiguiendo alcanzar un canto genuino y personal que les distinga e identifique para marcar el territorio, alertar de peligros o amenazas, cortejar o mantener el contacto con sus congéneres o compañeros.
El canto de los pájaros ha sido objeto de simbolización. En muchas culturas, el canto de los pájaros se considera un presagio. Diferentes especies y sus cantos pueden ser interpretados como señales de buena o mala suerte. En algunas tradiciones, se cree que los pájaros son mensajeros de los dioses o del más allá, y su canto puede contener mensajes espirituales o divinos. En la literatura, el canto de los pájaros a menudo simboliza momentos de felicidad, amor y alegría. Puede ser un símbolo de renacimiento o renovación, especialmente en la poesía y las canciones. Contrariamente, en ciertos contextos literarios, el canto de un pájaro solitario puede evocar sentimientos de soledad y melancolía, contrastando la vida vibrante con la introspección personal. En la mitología clásica, algunos pájaros, como el ruiseñor, están asociados con historias de transformación y tragedia. El canto del ruiseñor, por ejemplo, se asocia con el mito de Filomela. En la cultura china y japonesa, los pájaros y su canto están profundamente entrelazados con la poesía y el arte, simbolizando aspectos de la vida y la naturaleza. Para algunas personas, el canto de los pájaros puede ser un recordatorio de la necesidad de conectarse con uno mismo y con el presente. Es una invitación a la contemplación y la meditación.
En la mitología griega, se dice que algunas figuras míticas, como Tiresias, el adivino ciego de la ciudad de Tebas, tenían la capacidad de entender el lenguaje de los pájaros, lo cual les permitía prever el futuro o recibir mensajes divinos. En la alquimia y otras tradiciones esotéricas occidentales, el lenguaje de los pájaros, también conocido como “lenguaje verde”, se refiere a un lenguaje simbólico que revela los secretos del universo a aquellos que tienen el conocimiento para interpretarlo. El simbolismo del canto de los pájaros ha venido usándose en toda la tradición islámica, en escritos de poetas, sufíes y filósofos, en especial los persas, como es el caso de Avicena. Farid al-Din ‘Atar escribió en el siglo XII La conferencia de los pájaros (Manteq al-tayr). Para ‘Atar el simbolismo de los pájaros representa el viaje de cada persona desde su ignorancia a la iluminación. La conferencia de los pájaros toma su nombre del capítulo 27, versículo 16, del Corán en el que Salomón presume de conocer la lengua de los pájaros. En el árabe egipcio, la escritura jeroglífica se denomina “el alfabeto de los pájaros”. También en el Talmud la proverbial sabiduría de Salomón se debía a la comprensión que Dios le otorgó del lenguaje de los pájaros. En la Francia medieval, el lenguaje de los pájaros (la langue des oiseaux) era una lengua secreta de los trovadores, relacionada con lo oculto y lo esotérico. En la actualidad, algunas personas interesadas en el chamanismo y otras prácticas espirituales modernas continúan explorando la idea del lenguaje de los pájaros como una forma de conectar más profundamente con la naturaleza y sus misterios.
El canto de las aves, o la lengua de los pájaros, es un modo de comunicación universal. La filosofía ahonda en esta alegoría como modo de expresión de un modo de lenguaje invisible. Es la lengua de la iluminación a la que aludía José Ángel Valente:
“En el memorable momento en el que un ave canta desde el séptimo cielo o mansión o morada y su canto unifica todo lo viviente, comunica al hombre con los animales, las plantas y las aguas y abre el oído de todas las cosas del mundo al entendimiento de la lengua solar, perdida, rítmica, la lengua de la iluminación, la lengua de los pájaros” .
La tarea de este lenguaje es mostrar en un estilo ese punto de “innocencia”, ese punto no caótico, o punto originario, donde el mundo está en su estado naciente: “mundo salvaje” o “mundo del silencio”. El objetivo es hallar, a través de un lenguaje indirecto, una nueva forma de expresión para el arte y la filosofía. Tal como nos recordaba el filósofo francés Maurice Merleau-Ponty:
“Es la experiencia […] todavía muda lo que hay que llevar a la expresión pura de su sentido propio” .
Hay una conexión originaria entre la palabra y el silencio. Este silencio es un silencio primordial que es previo y que orienta el mundo del significado. Este fondo de silencio se interpone entre lo dicho y lo que está por decir. El canto de los pájaros nos recuerda cómo la poesía cuestiona el “suelo” del lenguaje. El lenguaje es, pues, este aparato singular que nos da, como el cuerpo, más de lo que hemos puesto en él, sea que nos enteramos de nuestro pensamiento hablando, o que escuchemos a los demás. Pues cuando escucho o leo, las palabras no vienen siempre a conectar en mí con significados ya presentes. Tienen el poder extraordinario de sacarme de mis pensamientos, practican en mi universo privado fisuras por donde otros pensamientos irrumpen. El misterio de esta comunicación universal, encarnada en la lengua de los pájaros, parece conducirnos a una especie de «resonancia transcendental», anterior a la temporalización del lenguaje, y que parece traspasar este inconsciente fenomenológico que es fondo inmemorial e inmaduro donde vibran las esencias salvajes, como la tonalidad patética del sentido en el preciso punto en el que éste está originándose. Parece ser un modo de expresividad inédita: una “iluminación”.
La profunda admiración del ser humano por las habilidades canoras de las aves se simboliza en los afectos que transmite su lengua: alegría, serenidad, felicidad, miedo, tristeza, melancolía y desesperación. No nos limitamos a apreciar la belleza del canto, sino que consideramos sus sonidos como un ancestral código de comunicación, un lenguaje indirecto que nos convoca en un comunismo invisible, una comunidad desobrada, la comunidad de los amantes. Hay una perversa ecuación que forma parte de nuestras intuiciones más primitivas. La lengua expresa una interioridad, exterioriza el pensamiento, da sentido y, por consiguiente, crea mundo. Si un ser vivo es capaz de expresar y comunicar, nos obliga a aceptar que goza y sufre, que quizás recuerda y entiende. Hasta hace poco un niño con deficiencia auditiva severa no aprendía a hablar. Y si no aprendía a hablar, era probable que se le considerara un “deficiente mental”. Siempre hemos considerado inferiores a los pueblos cuyos idiomas no entendíamos, mientras que el uso compartido de nuestra propia lengua nos daba privilegios. La pérdida de una cultura vocal puede llevar a la extinción de un pueblo, pero también de una especie. Asumimos que no piensan porque consideramos que no hablan. No nos resignamos a aceptar que quizá no conozcamos su lengua y, según la ecuación descrita, si no conocemos su lengua, no conocemos su mundo.

3. El lugar.
Siguiendo la triple articulación expositiva que propusimos en un principio: el vuelo, el canto y el lugar, llegamos al espacio de situación, aquel en el que habitan las aves, donde moran, donde viven y anidan. ¿Y dónde habitan los pájaros? Tal como he descrito hasta el momento, el vuelo y el canto hacen el lugar donde las aves se refugian. Su presencia, siempre fugaz y huidiza, enigmática y esquiva, nos recuerda la patencia del horizonte, de los infranqueables confines que nos separan de los cielos, de las alturas, de los paraísos, edenes o nirvanas. Sus moradas son siempre efímeras y etéreas, volátiles y elevadas. En algunos casos, dudamos de que los pájaros sean de un lugar, por eso nos sorprendemos y maravillamos cuando descubrimos la intimidad y fragilidad de un nido.
El nido simboliza el hogar, un lugar de seguridad y refugio donde se cuida y protege a la familia. Es un espacio donde se crían y nutren a los jóvenes, simbolizando la calidez y la protección. Los padres cuidan y alimentan a sus crías, simbolizando el amor y el cuidado, el nacimiento y la creación de nueva vida, nuevos comienzos, renovación y el ciclo sin fin de la vida. El nido también representa la comodidad, la tranquilidad, la paz y el descanso. Es el espacio íntimo y protegido donde uno se siente a salvo: la zona de confort, o la zona de interés. Su construcción simboliza el trabajo diligente y la previsión. Refleja el esfuerzo y la dedicación que exige crear un entorno seguro y estable, también la necesidad de proteger a los más vulnerables e indefensos. El nido es una fortaleza, pero también un recordatorio de la fragilidad de la vida, y de la interioridad sobredimensionada frente a la exterioridad.
En el nido se simboliza la fragilidad y la fugacidad, pero también la estabilidad, la protección y el amparo: la familia, la infancia, el cuidado, el crecimiento, la maduración, el refugio. Los pájaros habitan lugares muy diversos: bosques, como los tropicales, templados, boreales y de coníferas; humedales, como marismas, pantanos y estuarios; praderas y sabanas. También habitan en los ambientes áridos del desierto; en las regiones montañosas y en las áreas urbanas; en costas y océanos, y en el cielo raso y en el mar abierto. Sus nidos nos muestran la liviandad y la mudanza en forma de horquillas, agujeros, rasantes, montículos, bolsas y colgantes, repisas y rincones de barro, tramas y enrejados, ramitas, hierbas, plumas y pelo, lodo, musgo y liquen, e incluso hilos, plásticos y deshechos humanos.
Los libros sobre aves han sido un género artístico donde apreciar el dibujo y el color de muchos artistas anónimos, pero también de personajes ilustres: «The Birds of America» de John James Audubon (1827-1838) es uno de los libros más famosos y valiosos sobre aves. Audubon documentó y pintó a mano 435 especies de aves en América del Norte. Sus ilustraciones a tamaño natural son reconocidas por su detalle y belleza. «A History of British Birds» de Thomas Bewick (1797-1804) es conocido por sus grabados en madera; considerado una obra maestra de la ilustración. Bewick describió y dibujó diversas especies de aves británicas con un nivel impresionante de detalle. También «Birds of Great Britain» de John Gould (1862-1873). La «Histoire Naturelle des Oiseaux de Georges-Louis Leclerc, Conde de Buffon (1770-1783), una obra monumental de 36 volúmenes que cubre no solo aves, sino también otros aspectos de la historia natural. El «Ornithologiae» de Ulisse Aldrovandi (1599), publicado en el siglo XVI, uno de los primeros trabajos sistemáticos sobre aves. Aldrovandi fue un naturalista italiano que describió diversas especies y su comportamiento.
Además de los bestiarios, como el Bestiario medieval de Aberdeen, muchos artistas ornitológicos tomaron el nido como un motivo de expresión. Por ejemplo, las ilustraciones de los nidos y huevos de aves de Ohio, de Genevieve Jones. El artista británico Clive Smith (Saint Albans, Reino Unido, 1967) decía: «La primera vez que empecé a buscar nidos de aves quedé fascinado con las formas abstractas que se encuentran en la estructura y la forma de cada uno. […] Había, además, una similitud entre la acumulación de mi pintura y la estructura física de los nidos. He estado usando los nidos encontrados para imaginar lo que se siente al construirlos a través de mis pinceladas y utilizar las estructuras como material de origen para dirigir e inspirar mi pintura».
“El campesino y el ladrón de nidos” es un óleo sobre tabla del artista renacentista holandés Pieter Bruegel el Viejo, pintado en 1568. Bruegel pareció inspirarse en un antiguo proverbio holandés que decía: “Quien sabe dónde está el nido, tiene el conocimiento; quien lo roba, tiene el nido”.
El «Ladrón de Nidos» es una de las obras de Francisco de Goya, pintada alrededor de 1786-1787. Esta pintura forma parte de la serie de cartones que Goya realizó para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara en Madrid. Los cartones eran diseños que servían como modelos para la confección de tapices destinados a decorar los palacios reales.
“Naturaleza muerta con tres nidos de pájaros” de Vincent Van Gogh (1885) es una obra maestra que representa la habilidad del artista para crear una composición armoniosa y equilibrada. Se cree que Van Gogh la pintó durante su estancia en el hospital psiquiátrico de Saint-Paul-de-Mausole en Francia. A pesar de su difícil situación, Van Gogh refleja su amor por la naturaleza y su habilidad para capturar la belleza de la vida cotidiana.
Los “Nidos» (1927) de Max Ernst, una obra surrealista donde los nidos se utilizan para explorar el subconsciente y los sueños, mostrando la capacidad del nido para simbolizar lo oculto y lo misterioso.
El nido simboliza la seguridad, la protección, el refugio, el amparo. Por el contrario, frente a la libertad de los cielos aparece la jaula. Filósofos, poetas y artistas han utilizado la imagen de la jaula para reflexionar sobre la condición humana y las limitaciones inherentes de la vida y la sociedad. Simboliza una existencia que no es completamente auténtica o natural, viviendo dentro de los límites impuestos por otros, en un confinamiento cuya clausura niega la eterna exterioridad de los cielos. La imagen de un pájaro en una jaula evoca los sentimientos de soledad y aislamiento, la separación del ser del mundo exterior, frente al anhelo de libertad y el deseo de romper con las ataduras. Recuerden el romance del Prisionero.
En algunas obras de El Bosco, como en «El jardín de las delicias», aparecen jaulas y pájaros como parte de su compleja iconografía. Estos elementos simbolizan la limitación y el pecado, en consonancia con sus temas de moralidad y de la naturaleza humana. La pintura «The Bird Cage» del artista francés Nicolas Lancret es una obra maestra del estilo rococó que se caracteriza por su elegancia, delicadeza y sofisticación. Esta pieza de arte se centra en la contemplación de una jaula llena de pájaros. ”La jaula abierta”, obra del pintor holandés, Gerrit Dou, pintada entre los años 1660 y 1665, en el que el pájaro amaestrado no quiere salir de su refugio. En el siglo XIX, en sus naturalezas muertas, Jean-Baptiste-Siméon Chardin incluyó jaulas de pájaros, que simbolizaban la domesticidad y la vida cotidiana. Manet pintó «El canario», en 1866, que presenta una jaula de pájaros, reflejando la vida urbana y los cambios en la sociedad parisina, simbolizando la vida moderna y sus restricciones.
La jaula de Marcel Duchamp, del año 1921, se titula “¿Por qué no estornudar Rose Sélavy?” y consiste en una humilde jaula para pájaros de madera en color sepia y en su interior hay un termómetro y 152 bloques de mármol en forma terrón de azúcar. En el verano de 1923, Ramón Acín y su hija Sol se retratan con una jaula entre los dos. La fotografía con la jaula y una pajarita en su interior representa una afortunada ruptura total con su inmediato pasado, razón para que con posteridad acabe obras excepcionales como la escultura “Pajaritas”, hacia 1928-1929. La jaula, de impronta dadaísta, está emparentada con el movimiento surrealista. La obra de Vicente Rincón, “Figura con jaula”, pintada cuando el artista tiene 39 años, se basa en un fondo casi monocolor con las sombras proyectadas por una jaula y una figura “femenina”, una jaula con un canario en el lado izquierdo y la figura femenina en el lado derecho. Se trata de un travestí de cabeza erguida que mira con fijeza al canario enjaulado y éste mira a la figura. El pintor sugiere que el hombre se ve como un canario enjaulado sin libertad para mostrar su realidad sexual en la vida cotidiana.
Magritte nos regala otro de sus juegos visuales, poéticos y filosóficos en “Las afinidades electivas”, la imagen de un huevo enorme encerrado en una jaula de sus mismas dimensiones. Los dos, la jaula y el huevo, son contenedores para el pájaro. Y visto así, el pájaro dentro del huevo está en una doble jaula, por así decirlo. La Jaula de pájaros es una obra emblemática que Picasso pintó en 1902 y que representa una jaula con tres pájaros en su interior. Esta pintura refleja la dualidad entre la libertad y la limitación, mostrando el conflicto entre el deseo de volar y la realidad de estar atrapado. “La mujer con jaula de pájaro”, que el artista húngaro József Rippl-Rónai pintó en 1912. Muchos artistas han transitado por el concepto de jaula de oro, como la que ha construido Ai Weiwei, el artista, pensador y activista chino, por el ready made de Marcel Duchamp, por las rejas sin piedad de la artista libanesa Mona Hatoum y las cárceles mentales de Louise Bourgeois y el ensemble de Juan Muñoz: cadena perpetua mirando al mar, mojándose cada vez que llueve.
Frente al caso extremo de la jaula, de su clausura, del lugar, está la “indiferencia a la espacialidad” del cielo abierto, sin direcciones, sin horizontes, sin distancias métricas. ¿Es posible que haya pájaros que vivan siempre en un permanente vuelo, que nunca pisen tierra firme, ni siquiera la rama de un árbol, sin descanso, sin detención, que sus días y sus noches pasen en un perpetuo volar? ¿Es posible el vuelo eterno, el canto sin audiencia, el espacio sin lugar?
Una cierta nostalgia nos obliga a pensar en un pájaro sin patas, sin pies, sin la posibilidad de un sustento, porque su ser es siempre volar. El vencejo es uno de los pájaros más aéreos del planeta. Sus largas y estrechas alas, perfectamente plumadas, le permiten dominar a la perfección el arte de volar. Viven el 95% de su tiempo colgados del cielo, sin aterrizar absolutamente para nada. Comen, beben, duermen, se enamoran y hasta se reproducen en el aire, volando sin cesar. Los pájaros sin patas sólo pueden aterrizar una vez: el día en que mueren. Por eso, duermen en el cielo. Un mito ancestral nos recuerda que estas aves eran visitantes de paraíso y siempre volaban por el aire sin aterrizar. Sin hacer pie en el suelo.
El nombre científico de la familia Apodidae deriva del griego, y quiere decir “sin pies”. El vencejo común (Apus apus) posee patas muy cortas, y por ello, no para en el suelo, no puede hacerlo, porque no puede guardar el equilibrio, la estabilidad en el mundo. Mientras vuelan, sobre todo en los atardeceres, emiten repetidamente un chillido breve, monótono y agudo. Un canto aéreo que nadie en el suelo puede oír. Configuran el espacio en un eterno volar, sin direcciones, sin situación. Su habitar es un permanente desplazamiento, un vagar sin orientaciones, ni rumbos, ni destino alguno. Su lugar es un continuo hacerse, sin trayectoria, batiéndose en una pura espacialización, ajena al suelo firme que configura nuestro horizonte.
Las largas migraciones de las aves cuestionan las escalas en las que proporcionamos nuestro mundo, nuestro sentido de las cosas. Revuelven los fundamentos y desproporcionan nuestra fragilidad. Son una revolución, incomprensible, un desarreglo en nuestra comprensión de las proporciones en las que nos anclamos para encontrar la necesidad, la estabilidad y la trascendencia de nuestra vida limitada y finita. ¿Dónde van los pájaros cuando desaparecen? Este misterio ancestral quedó resuelto con el Sistema de Posicionamiento Global, GPS en inglés, pero no debemos olvidar que durante siglos el ser humano se preguntó por qué desaparecían las aves, dónde vivían cuando no estaban, y por qué y desde dónde regresaban. Esta nuestra fragilidad en el mundo y en el tiempo nos devuelve al jardín: el lugar seguro de tanta desproporción.
La imagen del Paraíso como jardín responde a un mito universal referido a los tiempos primitivos de la humanidad, muy extendido entre los pueblos orientales. El jardín islámico es la metáfora del paraíso, pues aquel se concibe a imagen y semejanza del celestial. Los jardines de aquí son una metáfora del jardín celestial y su estructura es la estructura simbólica del jardín del Paraíso.
En diversas culturas, los jardines y los pájaros tienen un simbolismo especial. Los jardines representan el edén, la abundancia, la fertilidad y la vida. Los pájaros, por otro lado, simbolizan la libertad, el alma y la conexión entre el cielo y la tierra. Los mitos o leyendas sobre un utópico jardín de los pájaros hablan siempre de un lugar mágico donde se encuentran todas las aves, un lugar de paz y armonía.
En el Corán se habla de Jardín en varias azoras, bien como sinónimo de Paraíso referido adonde irán los creyentes, o bien, referido a lo que hay de naturaleza, como sinónimo de jardín. Los dos jardines principales de la Biblia, en los que se van a inspirar luego numerosos jardines, son: el Jardín del Edén, donde comienza la historia humana, y el Jardín del Paraíso, donde finalizará esa historia, que San Agustín señala como La Ciudad de Dios. La imagen más difundida y aceptada es la que da Ovidio en el libro primero de Las Metamorfosis de los dioses. Por otro lado, Virgilio Marón en su obra Bucólicas y Geórgicas narra una serie de situaciones en las que los dioses, los seres fantásticos, los hombres y los pájaros viven felizmente en medio de la naturaleza. Otros mitos clásicos sobre el Paraíso nos hablan de El Jardín de las Hespérides, de Los Campos Elíseos y del Jardín de Alcinoo.
Terminaré esta exposición con otro cuento, tal como lo hice en su comienzo, pero esta vez no tendrá el sentido negativo de aquel anciano labriego que encerraba a los pájaros, sino el sentido positivo de una promesa de esperanza, de un advenir, de un anhelo que se expresa en la utopía del jardín. Cuenta una vieja leyenda que, en una época antigua, en un rincón olvidado del mundo, existía un jardín mágico conocido como el Jardín de los Pájaros Celestiales. Este lugar era el hogar de todas las especies de aves conocidas y desconocidas, cada una con sus plumajes de colores iridiscentes y cantos melodiosos que podían encantar a cualquier ser viviente. El jardín era mantenido por una diosa llamada Aria, quien amaba a las aves como si fueran sus hijos.
El jardín no solo era un refugio para las aves, sino también un lugar de sanación para los humanos. Aquellos que lograban encontrar el jardín y escuchaban el canto de los pájaros, encontraban paz en sus corazones y curación para sus almas heridas. Sin embargo, el jardín estaba oculto a los ojos de los impuros; solo los de corazón puro podían encontrar el camino hacia él.
Un día, un joven príncipe llamado Kael, desesperado por encontrar una cura para su madre enferma, emprendió un viaje en busca del Jardín de los Pájaros Celestiales. Guiado por su amor y su pureza, Kael atravesó muchos desafíos hasta llegar al jardín. Allí, los pájaros, conmovidos por su dedicación y amor filial, le otorgaron una pluma dorada de un ave mística, cuyas propiedades curativas eran milagrosas.
Kael regresó a su reino y curó a su madre con la pluma dorada. La noticia del jardín y sus maravillosos pájaros se esparció, pero solo aquellos con la pureza y el amor en sus corazones pudieron hallar el camino hacia el Jardín de los Pájaros Celestiales, manteniendo así a salvo su magia y su belleza.