Presentación-selección de textos.
«El término pobreza nombraría de hecho una doble afección o un daño doble: la rarefacción del tiempo de la espera ocasionaría la desaparición del espacio del común, o a la inversa. Y comprendemos entonces esta nueva paradoja aparente: la pobreza tiene que ver evidentemente con la pérdida o privación, pero es también, y por las mismas razones, el signo de una culminación, de una saturación, de una completitud; ser pobre es sufrir ahora un fin que ha venido demasiado deprisa, que habría debido tardar; es soportar un cumplimiento que, anunciado, aguardado o esperado, se prometía como una liberación, pero que es hoy destructor porque se impone cuando su tiempo todavía no ha llegado».
Daniel Payot, Après l´Harmonie, Éditions Circé. Paris. 2000, p. 34.
Todos los diagnósticos señalan que la perturbación de la función simbólica en nuestra sociedad está asociada a una pérdida de experiencia, propia de mecanismos regresivos que afectan a la espacialidad, a la temporalidad, a la afectividad y a las dinámicas en las que se configuran las relaciones intersubjetivas (la comunidad y la comunicabilidad intrasubjetiva).
La perturbación de la función simbólica afecta por igual a diversos aspectos de la vida íntima y de la vida social, incluyendo la vivencia de la espacialidad y de la temporalidad, la afectividad y las dinámicas relacionales. Por ejemplo, esta perturbación puede desembocar en una falta de comprensión y capacidad de respuesta adecuada a los cambios en el espacio social, a los cambios en las relaciones de poder, a los procesos de gentrificación y a las transformaciones urbanas que afectan a la vida cotidiana de las personas. Asimismo, la pérdida de la capacidad de simbolización, como pérdida de la experiencia, puede conducir a una desaparición del lugar común, de la memoria colectiva y de la historia de una comunidad; lo que termina afectando a la construcción de una identidad compartida.
En cuanto a la temporalidad, la pérdida de la función simbólica termina desencadenando una desconexión con la historia y con el pasado, dificultando la comprensión de la evolución de las sociedades y la capacidad de construir proyectos colectivos. Además, la perturbación de la función simbólica lleva emparejada una falta de capacidad de atención y de concentración en el presente; lo que consigue afectar a la facultad de las personas para definir su identidad personal, para establecer relaciones interpersonales y para procesar información de manera adecuada. Del mismo modo, esta perturbación afecta a la historicidad y al acontecimiento, mermando nuestra capacidad de respuesta y cambio ante lo imprevisible.
En cuanto a la afectividad, tal perturbación de la experiencia sobrelleva una falta potencial de empatía y de comprensión de los sentimientos y necesidades de los demás, afectando a la posibilidad de establecer relaciones interpersonales satisfactorias, imposibilitando la construcción de comunidades empáticas y solidarias. Por último, esta perturbación perjudica por igual a las dinámicas relacionales y comunicativas; lo que consigue desencadenar una falta de destreza para el diálogo, la negociación y la construcción de consensos en los ámbitos sociales y políticos.
La naturaleza simbólica de los objetos que nos rodean, de su aparición y de su acontecer, modifica nuestra experiencia del tiempo, del espacio y de la afectividad. Es la vivencia del cuerpo la que posibilita estabilizar su naturaleza simbólica. Es por ello por lo que decimos que la pérdida de experiencia se vive con el cuerpo, que es punto cero: el paso de los afectos objetivos, o emociones prácticas, a los sentimientos. Un centro de orientación cuyo aquí absoluto es un topos, un lugar que toma al cuerpo como punto cero o célula de espacialización, como cuerpo interno, como Leib kinestésico, que ya no es solamente el sujeto natural, el sujeto de praxis en el mundo objetivo.
La pérdida de la experiencia se exhibe como fenómeno en la permanente resimbolización que caracteriza a nuestro tiempo. Tal resimbolización constituye tanto un vehículo de compensación como un dispositivo de inversión, transformando paulatinamente nuestra experiencia del tiempo, de la duración, y nuestra experiencia del espacio, de la localidad; de los afectos prácticos y de los sentimientos, tomando siempre al cuerpo como rehén de su efectividad y de su éxito. Hay una deuda simbólica que se expresa como pérdida de experiencia, como rarificación de la vivencia del espacio y del tiempo, que afecta a la corporalidad y que tensiona las dinámicas de la subjetividad en su afán por constituir el mundo circundante.
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A continuación, les presentamos una selección de textos donde podrán encontrar una introducción a la noción de «pérdida de la experiencia», tal como ha sido tratada por algunos autores del siglo XX. Esta invitación es el inicio de una investigación posterior que se centrará en la dinámica y las fluctuaciones de la experiencia, partiendo de los dinamismos de la subjetividad.
Tenemos muestras suficientes para concluir que esta investigación pueden aportar luz al problema de la pérdida de experiencia en la sociedad contemporánea, al problema de cómo funcionan los dinamismos subjetivos en la constitución del sentido y de nuestra imagen del mundo, y al problema de cómo transformar o modificar nuestra forma de relacionarnos con los objetos y con los demás, así como nuestros diferentes modos de comunicarnos con los otros, determinando los medios de transmisión de la información y transformando nuestras instituciones simbólicas.
[Naturaleza regresiva de nuestra experiencia]
“[…] Verdad y apariencia tendrán su conexión esencial en la necesidad de estructuras lógicas, en apariencia técnicas, cuya resolución es contradictoria y paradójica, y en cuyo resultado la síntesis no-violenta de la diversidad interrumpe, o suspende, el proceso de conocimiento para experimentar la realidad como fenómeno estético.
Es una «oscilación» producida por la resistencia de este fenómeno singular a su integración en un todo. Así ocurre en el arte y en todas las demás formas de experiencia. Allí es donde la reflexividad de la experiencia estética hace que los marcos racionales “revienten”. En este «juego», en palabras de Benjamin y Adorno, la naturaleza lógica del conocimiento se queda encerrada en un laberinto descompuesto, sin salida.
Su ir y venir, con aparente fin, pero en un sinfín formal, tensiona los límites de nuestro conocimiento hasta enrarecer nuestra experiencia de la realidad, llegando a un “antes” excepcional, pre-reflexivo, pre-objetivo; o a un “después”, cuyos esquemas racionales llegan a una saturación compulsiva de ritmo, regularidad y repetición tal que los mecanismos de conocimiento estallan en el colapso que crea la apariencia, como representación unitaria y continuada de la realidad […]».
[Acontecimiento]
«[…] De este modo, se nos enfrenta definitivamente a una experiencia que tiene su origen en lo ordinario, pero que proyecta nuestra realidad, llevándola hasta sus límites, hasta lo extraordinario; allí donde su naturaleza es inestable, esquiva, deslizante, huidiza, deformable, “transformista”, plástica en definitiva; semejante a un extraño plasma, sin estado definitivo, porque ésta es la naturaleza de las apariencias, y porque la Razón, como señalaba Rousseau, tiende a extraviarse por los vericuetos que ella misma proyecta.
En consecuencia, queda en completa evidencia la naturaleza de la reflexión anunciada por Kant. El reflexionar como búsqueda continuamente fracasada no tiene asegurado de antemano su éxito, pero exige anticipar el resultado, es decir, la unidad en la multiplicidad de lo dado, hasta el bloqueo racional, hasta la clara e impúdica exhibición del grado de pulsión formal, o saturación, de los mecanismos lógicos que llevan al límite nuestra experiencia sensible.
En dicho confín se hace patente un enrarecimiento de nuestra experiencia, llevada a un extremo crítico e inestable, obligada, o más bien engañada a través de la construcción de apariencias, a seguir un camino con aparente finalidad lógica, en el que la reflexividad de lo sensible y la naturaleza regresiva y progresiva de nuestra experiencia van a demostrar sus excepcionales posibilidades, que de ordinario no son forzadas hasta ese extremo con tanta radicalidad, pero que son susceptibles de ello en todo el horizonte de nuestra experiencia posible, y no sólo en la experiencia del arte.
Es, en definitiva, la excepcionalidad de las condiciones que hacen posible nuestro conocimiento y el proceso de constitución de nuestra «imagen del mundo». Unidad, identidad, ritmo, repetición, regularidad y, en consecuencia, complejidad formal, configuran la institución simbólica racional que organiza nuestros modos de experiencia […]”.
[Acontecimiento y globalidad]
“[…] La alta estructuración de sistemas formales heterogéneos -económicos, financieros, fiscales, diplomáticos, militares, políticos, ideológicos, de transmisión de la información, etc., configura la topología de un espacio universal. La topología de este espacio virtual reticulado constituye la forma de una red subtécnica de orden doble: estructural y funcional, estable y dinámico.
Su objeto es la consonancia de diferentes regiones ontológicas: lo natural, lo social, lo global y lo local. De este espacio de conectividad surge y se transmite la “globalización”, en tanto propiedad emergente. El análisis de la topología de este espacio puede llevarse a cabo, considerando su complejidad como una aparente totalidad constructiva de carácter atributivo y procesual, compuesta de partes materiales y partes formales […]”.
[Consonancia virtual y pérdida de la experiencia]
“[…] Hablamos del mundo contemporáneo, de la obra de datos total. Hablamos del gran artefacto en el que convergen, en consonancia virtual, una diversidad de estructuras formales que a escala mundial componen una gran red; en cuya aparente complejidad y como fenómeno racional y estético, se disuelve o liquida la insalvable individualidad.
Adorno avisa que el carácter regresivo de la experiencia, extraviada en la apariencia lógica de las estructuras formales, está dispuesto a degenerar en furor. Los sujetos regresivos son, de hecho, destructivos. La cota de experiencia ha bajado. La caída o devaluación del curso de la experiencia ha sido producto de la oscilación producida por la resistencia de este fenómeno singular a su integración en el todo.
La pérdida de experiencia es un fenómeno contemporáneo asociado a la emergencia de una propiedad plástica que, en este caso, denominamos “globalidad”. Esta cuestión es filosóficamente decisiva. La aporía moderna del arte, su estatuto intrínsecamente contradictorio, nos revela un régimen de cultura donde la verdad y la falsedad recrean un espacio virtual rigurosamente lógico, cuyo privilegio está en la concurrencia de un sujeto que deviene necesariamente pobre […]”.
[Regresión de la audiencia]
“[…] Los mecanismos regresivos de la experiencia representan en Adorno la pérdida de individualidad. Con la producción coincide la regresión auditiva a través de un mecanismo de difusión, es decir, a través de la publicidad, ante la cual la conciencia no puede hacer otra cosa que recapitular. El concepto general de información es clave para entender la naturaleza de estos mecanismos regresivos. La complejidad de este concepto viene ligada a las relaciones entre información, conocimiento, forma, orden y entropía de la termodinámica […]”.
[Pobreza, pérdida, o degradación de la experiencia]
“[…] Experiencia y pobreza es el título que Walter Benjamin puso a su texto de 1933; texto radical, tan programático y fundacional como los anteriores textos citados. Anuncia nuevamente la regresión de la experiencia en una realidad terriblemente desarrollada en la técnica.
Nuestra experiencia del tiempo y nuestra construcción del espacio han desarrollado mecanismos regresivos en nuestra experiencia. Nuestra institución simbólica racional, los límites de nuestros marcos racionales, basados en el ritmo, en la regularidad, en la compulsión de repetición, en la unidad, en la negación, etc., han violentado los límites del conocimiento hasta el arte, hasta la ciudad industrializada, hasta la aldea global.
La degradación de la experiencia en todos los ámbitos tiene el mismo origen que sus condiciones de posibilidad: la irreductibilidad de lo dado a la experiencia y sus formas de adecuación. La dialéctica “necesidad-contingencia”, el espacio lógico descrito por Kant, el espacio originario descrito por Merleau-Ponty y la crítica de la razón en la teoría estética de Adorno, convergen en el concepto de pobreza del que Benjamin habla.
El ser humano deviene pobre de la misma manera que culmina su experiencia en la soberanía del arte. El declive de la experiencia nos revela nuestra fragilidad frente a las potencias del mito, frente a la universalidad como trasunto de lo necesario, consecuencia del eterno intento de reducir lo individual contingente en el marco adecuacionista de nuestra racionalidad.
Nos hemos vuelto pobres. Estamos condenados a mantener con el mundo, con los otros, y con nosotros mismos una relación determinada por una forma de ruptura o negación del tiempo; una relación en la cual dominan casi exclusivamente la inmediatez, la proximidad y la univocidad, en detrimento del “lejos”, de la alusión y de la expectativa. El abismo que Kant denunciaba entre el conocimiento teórico y el conocimiento práctico, el lugar de la fuerza del juicio reflexionante, el vínculo entre la necesidad natural y la libertad, unas veces nos conduce a la plenitud en la experiencia, otras veces nos devuelve pobres ante la experiencia del mundo […]».