Fragmento. Exilio permanente. Filosofía sin patria, Nota Editorial del monográfico La filosofía en España. La filosofía en español, editado por EIKASIA, Revista de filosofía, #65, julio 2015.
En 1978, hace ya treinta y siete años, José Luis Abellán publicaba su trabajo Panorama de la filosofía española actual –una situación escandalosa-[1]. Las razones de tal escándalo no obedecían sólo al contexto de transición política y cultural, sino que parecían ser una constante en la evolución intelectual de la filosofía en España, siempre jalonada por múltiples exilios. El texto anticipaba la larga trayectoria del autor de Historia crítica del pensamiento español[2], iniciada ya desde que en 1966 publicara Ortega y Gasset en la filosofía española[3]. El mismo año en el que se proclamaba una nueva constitución, el profesor Abellán parecía incidir en una invariable y persistente duda: la existencia de una historia de la filosofía española. Tras el devenir del siglo XX, ya bien entrados en el siglo XXI, sin miedo y sin vergüenza, tal duda terminará modulándose en sus respectivas posibilidades. Un carácter nacional, bien representado por algunos autores y sectores, ha sido uno de los problemas insolubles para una larga tradición. La desviación africanista de Unamuno y la manida sentencia “juanespañoliana” de que sean los demás los que piensen constituyen un punto de reflexión y una nota característica de toda una idiosincrasia.
El escándalo acompaña siempre a la filosofía española y a la filosofía en español. El contexto actual es un fiel reflejo de esta situación, tanto en España como en América Latina. Los ámbitos de análisis son múltiples y exhiben los diferentes problemas de este diagnóstico. La dificultad que conlleva ser objetivos, honestos y optimistas no desmerece el crédito de nadie, pero exige necesariamente un juicio. No debemos olvidar que el largo cuestionamiento sobre el estatuto de la filosofía en España ha sido una constante en todo el siglo XX, siempre mediada por una condición de exilios.
¿Existe una historia de la filosofía española? ¿Existe una filosofía española sólo como historia? ¿O tal vez sólo como filología? ¿Es la filosofía española un puro oxímoron? ¿O una crisis permanente? Pese a las múltiples interpretaciones que se puedan dar de este sospechoso y espinoso factum, la realidad parece imponerse. El estado actual de la filosofía en España continúa en constante reordenación: teórica, académica, institucional, docente y administrativa. Nadie puede despreciar ni su estado ni la condición de su historia más reciente. Sin embargo, parece prevalecer una sensación general de fatiga y, a la vez, de una inusitada actividad. Es difícil diagnosticar este contradictorio encuentro. Los referentes históricos de los dos últimos siglos nos muestran un panorama muy irregular, plagado de ilustres figuras que destacan en contextos aislados y vicarios capitulares de las grandes sistematizaciones internacionales y de las modas al uso.
El relato de esta disputa y acalorada discusión podría llevarnos hasta Maimónides. En 1935, con ocasión del VIII centenario del nacimiento del pensador cordobés, cuatro años antes de abandonar el rectorado de la Universidad de Madrid, siendo depurado como catedrático por el régimen franquista, José Gaos impartirá una conferencia con el título «Filosofía de Maimónides». Más tarde, en 1940, esta lección magistral aparecerá en la edición de La Casa de España en México[4]. En sus líneas, Gaos será concluyente: «Lo que un sujeto entienda por la filosofía de otro dependerá, por tanto, de lo que en general entienda por filosofía». En consecuencia, será posible que lo que el uno entienda por la filosofía del otro no concuerde con lo que éste entienda por filosofía en general, ni tampoco por su propia filosofía. Tal como Gaos nos describe, los perplejos, en francés “égarés” o “indécis”, los perplexorum, neutrorum, dubitantium, en alemán “Unschlüssigen”, no son los descarriados, extraviados o errados, los que han emprendido decidida, resueltamente, un camino falso, sino más bien los errantes de un lado para otro, o los que, por estar más o menos seguros del camino a emprender, se hallan fluctuantes, dudosos, perplejos, indecisos, irresolutos, y a quienes la prolongación de este estado llega a poner inquietos, temerosos y finalmente oprimidos de ánimo y dolidos de corazón, conturbados o contristados. Ésta es la perplejidad que Musa Ibn Maymun asociaba a los que por no saber elegir, se encuentran vacilantes ante la ruta que deben emprender y ante lo que deben creer. Una forma de exilio interior caracterizaba esta actitud de suspensión del juicio, de cuestionamiento sin dirección que, ante los avatares de la historia más reciente de España, el propio Gaos se perfilaba como un claro exponente.
La historia de la filosofía española comienza a ser una institución a partir del año 1856. Gumersindo Laverde, discípulo de Antonio González y consejero de Marcelino Menéndez Pelayo, destacó por su defensa de nuestro pasado filosófico, frente al descrédito de una época marcada también por el escándalo y la confusión. El proceso de “normalización” debería superar la exaltación nacionalista y hagiográfica de inspiración menéndezpelagiana, tal como nos recuerda Abellán[5]. Durante décadas, desde 1964, en los centros de enseñanza españoles se impartió la Historia de la filosofía y de las ciencias[6] del padre Mindán (1902-2006), el sacerdote calandino, secretario del Instituto Luis Vives de Filosofía del CSIC y director durante veinticinco años de la Revista Española de Filosofía, amigo personal de Unamuno y atento discípulo de Ortega, Zubiri, Zaragüeta y García Morente. Este compendio para su uso en Bachillerato sirvió de libro de texto para muchas generaciones. Poco tiempo después, la Historia de la Filosofía de Navarro Cordón y Tomás García Calvo sería el manual de la transición, sin olvidar el Simploké de Bueno, Alberto Hidalgo y Carlos Iglesias, y la Historia de la Filosofía de Alberto, Carlos y Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina.
Una retahíla de -ismos caracterizará a la filosofía española después de la Guerra Civil. Las tendencias tomistas, el suarismo, el agustinismo, el espiritualismo cristiano, el personalismo, llenarán de reverencia y severidad los rancios claustros universitarios. Éste es el poso donde se irá enlodando un viejo prejuicio de perpetua delegación y vicaría. María Zambrano, Ramón Xirau, José Gaos, Juan David García Bacca, Luis Recaséns Siches, Eduardo Nicol, los “transterrados”, fueron el ejemplo de una forma de exilio que contrastaba con el provincianismo y el derrotismo de un exilio interior fecundado por la escolástica. Eulogio Palacios, Sánchez de Muniain, Calvo Serer, Millán Puelles, González Álvarez, y otros, configuraron el panorama de la mitad de un siglo de autarquía y atraso finisecular. Por aquel entonces las revistas parecían aglutinar el movimiento institucional que iría tejiendo la red de la filosofía académica en España. Escorial, Theoria, la Revista del Instituto de Estudios Políticos, el Boletín Informativo del Seminario de Derecho Político de la Universidad de Salamanca, la revista Sistema, Teorema y, por supuesto, la Revista de Occidente, fueron algunos ejemplos de esta reordenación, de donde salieron los nombres de Pedro Laín Entralgo y Antonio Tovar, Zubiri, Marías y Aranguren, Ferrater Mora, Carlos París y Miguel Sánchez Mazas, Enrique Tierno Galván, Manuel Sacristán, Castilla del Pino y Gustavo Bueno, y Muguerza, José Hierro, Mosterín y Garrido, sin olvidarnos de Fernando Montero Moliner, Fernando Savater, Eugenio Trías, Adela Cortina y el agraciado Emilio Lledó. La Escuela de Madrid, el espiritualismo cristiano, la neoescolástica de posguerra y la recepción del pensamiento europeo determinarán un complejo resultante que influirá en la acogida del bullicio teórico tras los años sesenta[7]. Nadie duda, pues, de la intensidad y relevancia que alcanzó la historia de la filosofía española en la segunda mitad de siglo[8].
El diagnóstico de la filosofía de hoy, tras veintiún años de un nuevo siglo, sigue estando influenciado por el escándalo y la perplejidad, tal como fue desde un principio. Podemos desplegar el examen en ámbitos de conflicto y de continua reordenación: el ámbito puramente teórico, el ámbito académico, el ámbito institucional, el docente y, por último, el ámbito administrativo, incluyendo en éste la esfera de lo político.
El estudio consiguiente puede parecer incómodo en algunos aspectos, pero resulta patente en sus múltiples particularidades. No es una tarea cómoda y fácil. Las reticencias a seguir cuestionando el estatuto de la filosofía en España se mezclan con un complejo de profundo calado en nuestra cultura. Y, sin embargo, no renunciamos a este cuestionamiento porque parece imponerse siempre con premura, tanto hoy como ayer, aunque las novedades de la historia hayan traído vientos de progreso y transformación. ¿Por qué, pues, este estar siempre poniendo en tela de juicio nuestro trabajo? ¿Por qué este escándalo tramado en el mundo circundante de la filosofía? ¿Por qué la disputa y la sospecha acaban llegando hasta el mundo de la vida social? Las respuestas no son fáciles y quizá puedan no interesar a nadie. En este caso, se vuelve a actualizar la antigua expresión “juanespañoliana” de la aventura de los Batanes, y el silencio obliga a no revolver donde comemos, por no emplear una construcción más escatológica al respecto. Éste es el riesgo en el que incurre quien ose plantear sus dudas en un marcado contexto que arrastra toda una herencia de inspiración menéndezpelagiana. Éste ha sido siempre el problema, radicalmente filosófico, que ha caracterizado a la ortodoxia española, en todas sus aproximaciones. Y este asunto afectará por igual a los ámbitos europeos y de América Latina.
Nadie dudará tampoco de la promiscuidad del pensamiento contemporáneo español, de la innovación de su estructura académica, del alcance y extensión de su docencia e investigación, de la fortaleza de sus instituciones, de la evaluación y calidad de esta docencia y de su autonomía política. Sin embargo, algunos aspectos no son tratados y forman parte del mencionado silencio de los Batanes.
Desde el ámbito teórico, al albor de un imperativo doctrinal de novedad e improvisación, prolifera una especialización mitomaníaca que parcela los ámbitos de análisis en una adoración de las grandes figuras, tan actuales como, en algunas ocasiones, reiterativas y doctrinales. De este modo, los foucaultianos, derridianos, los sartreanos, los deleuzeanos, husserlianos o heideggerianos, merleau-pontianos, adornianos, o los Fashion victim, se juntan con los especialistas en -ismos de todo tipo, incluyendo ámbitos nuevos y extravagantes que parcelan las antiguas ontologías regionales para abordar fenómenos descategorizados o transcategorizados.
Modernidad y posmodernidad se dan la mano en una ya cansina ceremonia de exhibicionismo, transformismo y fetichismo travestista. Pese a todo, un calado imperativo de honestidad sostiene la red colegiada, asociada, académica y librepensadora de la filosofía en España. Otra red, propia de los tiempos, introduce seriedad y rigor en una creatividad muy necesaria, aunque no siempre presente en la filosofía nacional. La proliferación de una diversidad de sociedades, grupos de investigación, seminarios de trabajo, revistas electrónicas, intervenciones públicas y redes de comunicación ha conseguido crear un tejido cooperativo y de transferencia de conocimientos muy importante. Sin embargo, la continua sospecha de su efectividad real y de su auténtico impacto planea en los resultados alcanzados.
A la guerra de los papers, encrudecida por el plagio, el autoplagio y la banalidad, las indexaciones, los indicios de calidad y los índices de impacto, habrá que unir la inobservancia, la contravención, la imprudencia y, en algunos casos, la incapacidad propia del “mundo de la filosofía”, que ha generado si cabe más confusión y desconcierto sobre su estatuto. El reducto escolástico de la Academia, sus círculos privados, algunos cortijos universitarios, las rancias sociedades y una jerga de la autenticidad han contribuido a solidificar la filosofía como un saber histórico-doxográfico, como pura filología, como una arqueología cercada por el polvo de los reduccionismos y de la especulación intelectual de moda.
Un saber filosófico doxográfico es un saber del pretérito. Aunque suene a tópico, la filosofía no es historia, algo pasado en sí mismo, sino pasado evocado para comprender lo que nosotros somos, lo que nosotros pensamos. La actualización constante de tal ejercicio no puede soportar ni más modas ni más modismos, ni más reducciones ni más imposturas. El pensamiento del filósofo no puede definirse sólo por lo que domina. Hay que tener en cuenta lo que trata finalmente de pensar, lo impensado, lo máximamente comunicable y actualizable por la sociedad. No todo vale y no «todo se relaciona con todo».
La proliferación indiscriminada de concienzudos estudios y largas disertaciones nos recordará, en algunas ocasiones, aquella rancia y estrambótica pregunta en la que un paisano de una ribera se interrogaba por la relación entre una vaca y un triángulo. Si bien es cierto que es difícil recordar esta argumentación, no cabe otra opción que traerla a la memoria en este caso: «La vaca es un animal bruto. Bruto mató a César. Cesar es no hacer nada. El que nada no se ahoga. El que no se ahoga flota. Una flota es una escuadra y una escuadra es un triángulo». No cabe el escándalo en esta visión tan parcelada y extrema, como tampoco cabe una simple generalización de este escándalo.
La autoridad, la estima y el mendrugo son de nuevo las claves para resolver el esperpento no superado de la España de Ramón María de Valle-Inclán. Una forzada producción en cadena, una intensiva normalización de las agencias de calidad y prospectiva universitaria, una presión de las agencias nacionales de evaluación de la calidad y la acreditación, un perenne complejo de acatamiento, obediencia debida y dócil servilismo, convierten el discurso en manida perorata y en redundancia y pleonasmo. En algunos casos, la escasez de creatividad convierte gran parte de la producción científica en méritos evaluables al azar y al antojo de oscuras comisiones de selección, comisiones de evaluación y comisiones de emisión de informes, siempre bajo el sombrío imperio del criterio de discrecionalidad técnica.
En nuestra historia más reciente, una larga tradición de importaciones filosóficas jalona la marca. Son muchos los ejemplos, pero no citaré ninguno. Quizá el oportunismo y la comodidad nos lleven siempre a recordar la vieja historia de Julián Sanz del Río y de su misión krausista, recogida en el Diario de viaje a Alemania, dentro de los Manuscritos Inéditos de Sanz del Río que se conservan en la Real Academia de la Historia. Un cierto anacronismo y un llegar siempre tarde a las vanguardias extemporáneas parecen caracterizar este imperativo de estar a la última, pese al sacrificio de no llegar nunca a tiempo. De este modo, cualquier avance ha pasado por la actualización forzosa, bajo la sospecha de una constante readaptación a los tiempos y de una reamortización de no se sabe qué deuda histórica, contraída por los avatares de una cultura nacional. Pese a los esfuerzos de un pensamiento vivo y original, la baja estima, el problema de la originalidad, la extravagancia y al casticismo finisecular se mezclan muchas veces con el rendimiento y el cansancio.
Desde el ámbito institucional, el mundo de la filosofía resiste de una forma numantina, insistere vestigiis, acostumbrado ya al exilio en todas sus expresiones. Cien años después, su proyección internacional es impecable, aunque pueda adolecer de defectos académicos, administrativos y políticos. Su historia nos ha mostrado los movimientos caducos de los continuos intentos de consolidación y hegemonía.
La generación del 14 es una referencia próxima de esta patria siempre exiliada y en continuo hacer. Su institución se mantiene pese a los vaivenes de una historia crónicamente interrumpida. Dos ejemplos de ello son el célebre homenaje a Azorín en los Jardines de Aranjuez y la publicación de las Meditaciones del Quijote, que abrieron paso a una generación cuya denominación de origen sería acuñada por Lorenzo Luzuriaga, miembro de la Liga de Educación Política auspiciada por Ortega y Azaña. No obstante, será Laín el encargado de propagar la marca generacional del 14. La conferencia que Ortega impartirá en el Teatro de la Comedia, el 23 de marzo, Vieja y nueva política, resulta ser un incendiario discurso de ruptura, renovación y esperanza en un momento de crisis y escándalo. Acostumbrados a la prosa orteguiana no nos extrañará leer este dictamen: «Nuestra mocedad se ha deslizado en un ambiente ruinoso y sórdido. No hemos tenido maestros ni la disciplina de la esperanza. […] Toda una España –con sus gobernantes y gobernados-, con sus abusos y sus usos, está acabando de morir»[9]. Una queja parecida había sido anunciada ya sesenta años antes, en plena Vicalvarada, por Francisco Pi i Margall en su libro La reacción y la revolución (1854): despertar una nueva creencia, una actividad filosófica de la que carece la patria[10].
Actualmente, la institución de la filosofía en España se debate en la misma búsqueda de definición, en algunos casos enclaustrada por la vigilancia académica de viejos, rancios y endogámicos paradigmas que constituyen el reservorio de toda una tradición de sobras conocida.
La cultura española de los tres primeros quinquenios de siglo ha estado sujeta a los avatares de varios proyectos utópicos, partiendo de los años 60 y del mayo de 1968, desde París a México. El lastre ejercido por una tradición inconclusa ha sido determinante en este contexto. Eduardo Bello así lo confirmaba, una vez más, y poco antes de su desaparición, en Alicante, en el Congreso “La filosofía y la identidad europea” que, en el octubre de 2008, organizaba la Sociedad Académica de Filosofía (SAF) con la colaboración de la Universidad de Alicante y de Elena Nájera y Fernando Miguel Pérez Herranz. En ese año, Bello titulaba su ponencia con el rótulo: «Mayo 68: Utopía y realidad».
El discurso volvía a incidir en las tesis de Marcuse: «No es fácil reconstruir los perfiles de una sociedad diseñada para un tiempo dado en el que las circunstancias han impedido su realización concreta»[11]. Esta deuda a largo plazo ha supuesto más trascendencia en la filosofía española que la imprevisible para la cultura y la sociedad poscolonial de una Europa en busca de identidad. Y, nuevamente, este hecho sigue siendo patente en el resto de las crisis. Desde los presupuestos teóricos hasta el lustre que ha rodeado a la filosofía francesa y alemana, esa búsqueda de estándares de aprendizaje ha pervertido, en muchos casos, la competencia principal, la que exige siempre honestidad en el conocimiento y rigor en su difusión.
Las sociedades españolas de filosofía han sido un ejemplo de trabajo, no sólo en la producción de pensamiento sino también en la gestión con las administraciones educativas. La Sociedad Española de Profesores de Filosofía (SEPFI) es una referencia del concienzudo esfuerzo de presencia y defensa de la filosofía en los institutos de enseñanza secundaria. La escasez de recursos, las políticas de educación y cultura, las dificultades por las que pasa la universidad y su reforma en el espacio europeo de educación superior se unen al desamparo que la filosofía padece en el espacio de educación secundaria. Este es un hecho indiscutible hoy. Su impacto en la formación se hace notar. La micropolítica y el soberbio pavoneo de las autoridades académicas entorpecen el desarrollo curricular de una disciplina que siempre ha mostrado sus fortalezas. Por ello es preciso atender a la formación, a la promoción profesional y a la forma de acceso del profesorado, para que no se siga cayendo en el problema de la legitimidad y de los múltiples complejos de inferioridad y autoestima.
Es necesario trasladar a la sociedad la certeza seductora de que la filosofía sigue siendo una actitud crítica ante el mundo y ante el sentido mismo de las cosas. La honestidad en el conocimiento y el rigor en su difusión deben prevalecer ante el estatus de cualquier otro contexto. Esa es una responsabilidad de todos. Y a ello hay que añadir la creatividad, como un alto exponente de la inteligencia que debe acompañar a la innovación y a la transferencia de conocimiento.
El ministerio de cultura, el consejo de universidades, los rectorados, las consejerías, las consellerias, juntas, ezkuntzas y departaments colaboran con una política educativa que ha supuesto, en los últimos años, un claro retroceso en la enseñanza de la filosofía en España. Sin embargo, la crítica interna no consigue más que parcelar una tierra de taifas, plagada de dominios y cortijos, con algunas reservas de rigor y fecundidad convertidas en nuevos exilios internos con pérdida de patria y en el anonimato. Nunca termina el exilio para este silencio que María Zambrano calificaba así: «El exiliado, ese ser devorado por la historia… una historia cruenta. Ese desconocido. Ese ser que no tiene lugar en el mundo, ni geográfico, ni político, ni social, ni ontológico. Creo que el exilio es una dimensión de la vida humana, pero al decirlo me quemo los labios»[12].
Desde el ámbito docente y administrativo, el patente divorcio con la sociedad abierta hace que la filosofía española haya entrado en una continua y permanente defensa y justificación. La escasa permeabilidad de sus estructuras académicas, la falta de transparencia en sus procedimientos y el oscurantismo de sus jerarquías burocráticas y políticas amplían una fatiga que se hace patente en las constantes amenazas de desaparición. La política educativa y una legislación a la deriva hacen que la filosofía aparezca y desaparezca como si de un río se tratase.
La defensa de la filosofía se ha convertido en un grito desesperado. Declaraciones, mociones de apoyo, manifiestos, comisiones, plataformas, mareas, y un sinfín de actividades reivindicativas, hacen palpable la necesidad de un diagnóstico. Aquí es donde podremos encontrar esta inusitada hiperactividad que, lejos de redundar en un fortalecimiento de sus estructuras, muestra más bien los infructuosos intentos de salvar una situación crítica, cuyos indicadores más patentes se exhiben en los planes de estudios, en las leyes educativas, en las agencias nacionales de evaluación, en la supervivencia de los másteres y grados universitarios, en el alto índice de abandono, en la desaparición de las asignaturas, etc. A ello habrá que añadir una dudosa observancia de los procedimientos de acceso a la función docente y a la promoción profesional, que hace más inviable todavía la transformación de algunas viejas y anquilosadas ordenaciones académicas. El profundo calado de esta crisis nos obliga a replantear en todos sus ámbitos los actuales exilios de la filosofía en España, sin olvidar que el compromiso de todos los actores ha de pasar por una honesta denuncia y por un firme propósito de reacción y revolución. De lo contrario, haremos que suenen de nuevo las palabras del Oráculo de Gracián: «Hase de hablar como en testamento, que a menos palabras, menos pleitos»[13].
En 1963 se celebró la Primera Convivencia Española de Filósofos Jóvenes, inspirada por Ángel González Álvarez, Director General de Enseñanza Media del Ministerio de Educación Nacional. En el año 2008 cambió su nombre por el de Congreso de filosofía joven. La experiencia de los Congresos de Filósofos Jóvenes fue decisiva entre los años 1974 y 2008. El propio Abellán lo reconocerá en el escándalo que describía en 1978. Sergio Rábade Romeo será el organizador de esta primera convivencia. Tal como consta en el proyecto «Filosofía en español» de la Fundación Gustavo Bueno, estas reuniones: «constituyen quizá la estructura más sólidamente asentada y cambiante del panorama filosófico de España»[14].
En 1990, en Oviedo, asistíamos al 27 Congreso de filósofos jóvenes bajo el título “Filosofía y Dios”. Los que no conocíamos a Bueno, aunque lo habíamos leído en El Basilisco[15], en La metafísica presocrática[16] y en los Ensayos materialistas[17], presenciamos con placer ese escándalo que siempre acompaña a la filosofía en nuestro país. Bueno, que había conocido a Eugenio Frutos Cortés (1903-1979) en la Universidad de Zaragoza, había sido becario del Instituto «Luis Vives» de Filosofía, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, defendiendo su tesis doctoral en 1947, sobre Fundamento formal y material de la moderna filosofía de la religión, bajo la dirección de Santiago Montero Díaz. Su filiación al célebre Cuerpo de Catedráticos Numerarios de Institutos Nacionales de Enseñanza Media de España y su compromiso con la cátedra de historia de la filosofía y de los sistemas filosóficos de la Universidad de Oviedo, le convertían en una referencia ineludible y en un pensador vivo y entusiasmado.
La filosofía en Asturias ha sido siempre fecunda, honesta y muy rigurosa, sostenida en todo momento desde los centros de secundaria por unos departamentos con gran formación y pocos complejos. La proliferación de materiales y recursos muestran sus continuos trabajos, manuales, unidades didácticas, ensayos, olimpiadas filosóficas y proyectos de investigación. Hoy es, sin ninguna duda, uno de los territorios claves para la filosofía en España. Su profesorado es impecable y crítico, y en continuo contacto con la enseñanza secundaria, con la universidad española y con la realidad del pensamiento europeo y latinoamericano. La Sociedad Española de Filosofía (SEF) y la Sociedad Asturiana de Filosofía (SAF) son un claro ejemplo de esta escandalosa insistencia y de su vigente actualidad. Pese al exilio interior de gran parte de la filosofía en la península ibérica, una responsabilidad ejemplar ha caracterizado a una gran cantidad de profesionales que resisten el cuestionamiento, difundiendo su labor en una gran red de publicaciones que configuran un panorama muy particular.
La expansión de divulgaciones periódicas, revistas científicas de toda índole, publicaciones especializadas con una larga tradición, ha ido dibujando el contorno territorial de los reductos regionales de la filosofía en España y de la filosofía en español: Paideia, Teorema, Theoria, los Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, los Cuadernos salmantinos de filosofía, El Catoblepas, Isegoría, Logos, Revista de Filosofía, Thémata, Endoxa, Daimon, Araucaria, Fedro, Astrolabio, Contrastes, Agora, Convivium, Dianoia, Laocoonte, y un largo etcétera. Por otro lado, este panorama geográfico se ve integrado por fundaciones, sociedades y demás reductos, hasta completar una larga lista de siglas: la Fundación Ortega-Marañón, la Fundación Xavier Zubiri, la Fundación Gustavo Bueno, la Fundación María Zambrano, Sociedad Aragonesa de Filosofía (S.A.F.), Sociedad Hispánica de Antropología Filosófica (S.H.A.F.), Sociedad Española de Fenomenología (S.E.Fe.), Centro de Estudios Orteguianos, Fundación José Ortega y Gasset, Instituto de Filosofía del CSIC (IFS, CCHS-CSIC), Asociación Andaluza de Filosofía (AAFi), Asociación de Estudiantes de Filosofía de la Región de Murcia (ASEFI), Asociación Española de Ética y Filosofía Política (AEEFP), Asociación de Filosofía Bajo Palabra (AFBP), Asociación de Filosofía Práctica de Cataluña (AFPC), Asociación de Hispanismo Filosófico (AHF), Asociación Profesional de Filosofía (APF), Red Ibérica de Estudios Fichteanos (RIEF), Sociedad Académica de Filosofía (SAF), Sociedad Española de Estudios sobre Friedrich Nietzsche (SEDEN), Sociedad Española de Filosofía Analítica (SEFA), Sociedad Española Leibniz para Estudios del Barroco y la Ilustración (SeL), Sociedad de Filosofía de la Provincia de Alicante (SFPA), Sociedad de Filosofía de la Región de Murcia (SFRM), Sociedad de Filosofía Medieval (SOFIME), Sociedad de Lógica, Metodología y Filosofía de la Ciencia (SLMFC), Red Española de Filosofía (REF), Sociedad Española de Estética y Teoría de las Artes (SEyTA), etc.
Las relaciones que se establecen entre estas instituciones han tejido una verdadera red de información. Ello tampoco garantiza su fecundidad, pero su alcance es verdaderamente notable a pesar de las circunstancias. La autofinanciación, en muchos casos, es una circunstancia que añade más autonomía a un contexto limitado en recursos. Las iniciativas en los últimos años han pasado una prueba de resistencia. Sin embargo, muchas de ellas permanecen y consolidan su contribución, dando difusión al trabajo de profesores, investigadores, intelectuales, artistas y estudiantes. Conforme pasa el tiempo, la internacionalización es un indicio del alcance en la difusión de conocimiento. Las relaciones académicas e institucionales con Europa y América Latina son el resultado de una ampliación de esta difusión, que obedece al estricto interés de la comunidad filosófica. La globalización de los intereses teóricos facilita la presencia de la filosofía española en gran parte del mundo. Las iniciativas que han conseguido esa presencia y le han dado continuidad y fecundidad han contribuido a esta transmisión del pensamiento español.
En mayo de 2008, en el número 18 de EIKASIA, Revista de filosofía, aparecía el «Manifiesto Eikasia: La filosofía en los inicios del tercer milenio». Firmado por un grupo de profesores e intelectuales, en sus primeras líneas ya se planteaba la pregunta: ¿Qué puede decir y hacer la filosofía?[18] En julio del año 2005, tres años antes, acababa de aparecer el número 0 de esta revista electrónica. Su sumario no era una declaración, pero apuntaba a lo que iba a ser su proyecto: Fernando Miguel Pérez Herranz -el tiempo gnóstico-, Román García Fernádez -el personaje y la imagen-, Patricio Peñalver Goméz -contextos y polémicas de Derrida-, Alberto Hidalgo Tuñón -el nexo circular entre sociología y ciencia en Comte- y Rafael Morla -ideas filosóficas y sociales en torno a la globalización-. Desde ese momento, la claridad, la transparencia y la falta de complejos puso en marcha este propósito. Por otro lado, EIKASIA ediciones siempre ha presentado un catálogo de publicaciones, que incluye ahora el acceso a plataformas educativas y digitales. La autonomía de esta editorial y su honestidad han sido un indicio de compromiso con la filosofía en Asturias y en España.
Hoy, diez años después, este proyecto se ha hecho merecedor de la responsabilidad con la que se inició. Sin duda, su recepción en la comunidad científica española, europea y latinoamericana ha sido el mayor indicador de su logro. Los lectores, colaboradores, profesores, investigadores y estudiantes, las instituciones de México, Colombia, Argentina, Chile, República Dominicana, Francia, Italia y Alemania, los círculos latinoamericanos, las sociedades europeas y del área anglosajona, han contribuido a mantener la actualidad del resultado de su difusión. Su progresiva indexación y su índice de impacto en las revistas científicas españolas y en los repertorios internacionales ha sido fruto del interés general. Esta continuidad le ha concedido autoridad en su modesto compromiso y en su ambicioso estar en línea.
Un imperativo de humildad y rigor ha de impulsar la honda transformación que exige la filosofía de hoy. Su discurso tan global cuanto estereotipado ha conformado por sí mismo una catástrofe incontrolable. El escenario se ha desdibujado, en muchos casos, hasta límites de un patetismo inverosímil. Una mezcla de desidia y postureo pseudo-culto ha podido redundar en un pastiche de temáticas que en apariencia son críticas, pero que derivan en otras ocasiones en una atroz cacofonía. El panorama puede convertirse en un retorno de lo reprimido en forma paródica o en el modo del puro y estricto barbitúrico, generando un hartazgo y una enorme frustración de cógito interruptus.
La tremenda «ritualización de la teoría», tal como ocurre en otras formaciones culturales, desemboca en un «citacionismo» milagroso de cualidades homeopáticas, y la filosofía deviene en un pretexto en el que se ha desactivado la tensión crítica. Esta fatiga en forma de «teorización» insustancial se transforma en una charlatanería re-citadora que confía en las virtudes de los textos sagrados y de los grandes abates. La filosofía no debe rendirse al futuro de un mundo cuya ruina mental, irredimible y sintomática, rigurosamente insustancial y anodina, sea el horizonte único de la patria y el exilio.
[1] José Luis Abellán. Panorama de la filosofía española actual –una situación escandalosa-, Selecciones Austral. Espasa Calpe, S.A., Madrid, 1978.
[2] José Luis Abellán. Historia crítica del Pensamiento español, 7 volúmenes, Espasa-Calpe, Madrid, 1979-1991.
[3] José Luis Abellán. Ortega y Gasset en la filosofía española, Tecnos, Madrid, 1966.
[4] José Gaos. La filosofía de Maimónides, La Casa de España en México, México, 1940.
[5] José Luis Abellán. «El pensamiento español: Estado de la cuestión», en Bajo Palabra. Revista de Filosofía II Época, Nº 4, 2009; pp. 335-344.
[6] Manuel Mindán Manero. Historia de la filosofía y de las ciencias, Editorial Instituto de Estudios Turolenses, Teruel, 2009.
[7] José María Laso. «El escándalo de la filosofía española», en El Basilisco, nº 3, julio-agosto 1978.
[8] Gustavo Bueno. «Historia de la Historia de la filosofía española», en El Basilisco, 2ª época, nº 13, 1992.
[9] José Ortega y Gasset. Vieja y nueva política. Escritos políticos, I (1908-1918), Ediciones de la Revista de Occidente, Madrid, 1973.
[10] Francisco Pi i Margall. La reacción y la revolución, La Revista Blanca, Barcelona, 1854.
[11] Eduardo Bello. «Mayo 68: Utopía y realidad», en Elena Nájera Pérez y Fernando Miguel Pérez Herranz. La filosofía y la identidad europea, Ed. Pre-Textos. Valencia, 2010.
[12] María Zambrano. Los Bienaventurados, Ediciones Siruela, Madrid, 2004.
[13] Baltasar Gracián. Oráculo manual y arte de prudencia, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Madrid, 2003; p. 317.
[14] Filosofía en español. Fundación Gustavo Bueno.
[15] El Basilisco, Revista de filosofía.
[16] Gustavo Bueno, La metafísica presocrática, Pentalfa, Oviedo, 1974.
[17] Gustavo Bueno, Ensayos materialistas, Taurus, Madrid, 1972.
[18] «La filosofía en los inicios del tercer milenio. Grupo Eikasia». Alberto Hidalgo Tuñón; Fernando Miguel Pérez Herranz; Silverio Sánchez Corredera; Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina; Pelayo Pérez; Marcos García-Rovés; Román García Fernández, en Eikasia. Revista de Filosofía, año III, 18 (mayo 2008).