[Esta intervención se contextualiza en el Proyecto de Investigación “Merleau-Ponty y los últimos desarrollos de la fenomenología” (París 2004-2005) desarrollado en la Universidad de Paris-1, en el Collège de France y en el Colegio de España (CIU), bajo el auspicio del Departamento de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón y de la Universidad de Valladolid, España. Fue publicado por primera vez en RIFF-RAFF, Zaragoza, 2008 y posteriormente en Realidad, Arte y Conocimiento. La deriva estética tras el pensamiento contemporáneo, Editorial Horsori, Barcelona, 2009.]

 

En 1945, año de la publicación de Phénoménologie de la perception y de la cofundación junto con Jean-Paul Sartre de Les Temps Modernes, en el número 8 de la revista Fontaine, aparecerá por primera vez un artículo programático e inaugural que llevará por título «Le doute de Cézanne»[1]. Tres años más tarde, este artículo será incluido en la edición de Sens et Non-sens. El mismo año, 1948, en el número 38 de Les Temps Modernes, hoy reeditado en Les Imprévus de l´historire, aparecerá el artículo de Emmanuel Lévinas bajo el título: «La réalité et son ombre»[2]. Ambos escritos constituirán una aproximación paralela a un mismo problema: la génesis del sentido en el origen de nuestro proceso de constitución de la realidad. Una lectura atenta de ambos textos nos revelará las diferencias decisivas para entender el régimen singular en el que la subjetividad asiste in actu exercito a la formación del sentido, o como el mismo Merleau-Ponty detallará: «du sens en train de se faire». Y dada la ecuación fenomenológica «sentido igual a mundo», tal acontecimiento equivaldrá a la experiencia de la génesis del mundo en el instante primitivo y elemental de su formación. En rigor, ambos autores van a destacar dos tesis en apariencia irreconciliables: por un lado, el arte parece interrumpir o neutralizar el proceso de experiencia ordinaria; por otro lado, es el lugar donde se opera una intensificación de tal experiencia. El artista ha pintado lo que no se ve, ni se puede ver: el surgimiento mismo del mundo bajo la mirada.

«Le doute de Cézanne» y «La réalité et son ombre» son dos textos, más o menos, contemporáneos y, no obstante, parecen divergir en la dinámica misma del orden ontológico que presuponen. Sin embargo, ambas aproximaciones no sólo parecen ser compatibles, sino que, además, parecen tener un nexo común. La aparente y crucial diferencia entre Merleau-Ponty y Lévinas iluminará la tesis principal de toda nuestra exposición. Este letargo del “yo” corresponderá a una regresión sobre una región ontológica anterior al lenguaje, al conocimiento y al concepto. Si para Merleau-Ponty este retorno a las fuentes mismas del sentido es interpretado como un advenir afirmativo, capaz de superar las limitaciones de la razón; para Lévinas, la obra de arte no representa una promesa, ni una esperanza, ni un proyecto, sino una pausa, un intervalo suspendido en el que la realidad se retira de su propia realidad. El ser no se impone como desarrollo o apertura, sino como oscuridad inexorable e impersonal. El arte parece ser el anverso oscuro del ser, anterior a toda constitución, previo a todo concepto, ajeno a la continuidad del espacio objetivo y del tiempo uniforme, extraño al mundo de las significaciones, pero, también, parece constituir una experiencia primitiva del aparecer y, como tal, se sitúa inmediatamente en la región de emergencia del sentido.

 

 

1.

 

En «Le doute de Cézanne» este fondo de experiencia muda y solitaria, en el que el artista va a situar sus imágenes, va a recibir un calificativo rotundo y definitivo: «il est inhumain»[3]. La pintura de Cézanne pone en suspenso los hábitos y revela el fondo de naturaleza inhumana sobre el que reposa todo lo constituido y sobre el que el ser humano se instala:

«C´est pourquoi ses personnages sont étranges et comme vus par un être d´une autre espèce. La nature elle-même est dépouillée des attributs qui la préparent pour des communions animistes: le paysage est sans vent, l´eau du lac d´Annecy sans mouvement, les objets gelés, hésitants comme à l´origine de la Terre. C´est un monde sans familiarité, où l´on n´est pas bien, qui interdit toute effusion humaine»[4].

En un impecable estilo literario, Maurice Merleau-Ponty llevará a cabo la aplicación en el campo del arte del motivo husserliano de lo «prerreflexivo», «preobjetivo», del ser «antepredicativo», del mismo modo que lo había desarrollado anteriormente en la Phénoménologie de la perception, y que, más adelante, expondrá en Le Visible et l´Invisible, bajo el oscuro concepto de «la région sauvage»[5].

La obra de arte rompe el instante y la continuidad del tiempo. A pesar de que estamos organizados por el tiempo, en el arte su administración racional se ve excepcionalmente suspendida. Una extraña región discurre a espaldas del tiempo objetivo, interrumpiendo la organización racional en la que habitualmente estamos instalados. Cuando hay arte los horizontes temporales no se organizan en una red de intencionalidades, sino que más bien se “entrechocan” y “destrozan” mutuamente. Al quebrar la objetividad, se van a quebrar sus marcos espacio-temporales, y el tiempo continuo de los ‘objetos’ estables va a verse forzosamente interrumpido. Hay un «cruce reflexivo» entre los flujos temporales, entre las «retenciones» pasadas y las protenciones futuras, que “distiende” el presente. Este hecho excepcional es clave para entender la superación del tiempo físico objetivo, condición necesaria del momento estético de la obra de arte en su fase de aparición. Hemos afirmado que la continuidad del flujo temporal constituye el correlato de la persistencia de los ‘objetos’. Roto este requisito, fracasa nuestra pretensión de que los ‘objetos’ sean tal como se me aparecen. En este sentido, la obra de arte rompe el instante, y los flujos temporales comienzan a cruzarse de una forma extraordinaria. El presente ha quedado suspendido y el decurso uniforme del tiempo se ha roto. De algún extraño modo, al “anticipar” el futuro, el pensamiento tiene que ir más deprisa que él mismo y, a su vez, al vigilar el “cumplimiento” de lo pasado, el pensamiento tiene que ir más despacio que él mismo. Extraña paradoja ésta, que nos hace intuir la ruptura del tiempo uniforme en un inevitable quiasmo, donde los flujos temporales terminan por abrir una «articulación reflexiva» entre ambos horizontes: pasado y futuro. En la experiencia de lo común, la espacialidad y la temporalidad no pueden ser pensadas sin un continuum, en el que lo próximo se extienda hasta lo lejano, en el que el instante —estar ahora— anticipe el futuro y, a su vez, asista al hundimiento del pasado. En la experiencia estética del arte asistimos a un acceso privilegiado, una fase múltiple de presencia en un ritmo no objetivo, que constituye la “plusvalía” de nuestro pensamiento, reserva originaria de sentido.

El arte es ya “reflexión sin concepto”. La rarificación de la «duración» en la conciencia del tiempo es una consecuencia del propio bloqueo de la «intencionalidad». Los flujos temporales, ajustados por mi natural exceso de intención —ajuste intencional— sobre un mundo de ‘objetos’, de por sí, intuitivamente pobres —déficit intuitivo—, ahora se ven radicalmente desajustados. En este “desacuerdo básico” el tiempo uniforme y lineal queda suspendido. Las relaciones del tiempo se trastocan e invierten, y con ellas se interrumpe la organización racional en la que estoy inmerso: la organización conceptual que crea sentido. La cadena de retenciones y el encaje de horizontes sucesivos ya no aseguran un paso continuo —continuum—, sino más bien una “remisión fluctuante”, que es el indicio para designar un problema, y que reduce al absurdo la realidad objetiva que se cuestiona. En este cruce reflexivo, los horizontes temporales han perdido su “anclaje” y se desploma todo el entramado de determinaciones y referencias en los que la subjetividad está acostumbrada a orientarse. La experiencia básica de la duración varía radicalmente. En la obra de arte el pensamiento está fuera del orden: en primer lugar, porque se detienen todas las actividades en el dominio de la objetividad; en segundo lugar, porque se invierten irremediablemente todas las relaciones habituales. Se aleja lo más próximo y se acerca lo lejano; se convierte en presente lo distante y resuena lo retenido en lo porvenir. Se presenta ante el “yo”, aquello que físicamente está ausente, y en esta trascendencia, lo puramente visible —la apariencia— deja paso a lo invisible —la aparición—. El tiempo se desmorona, de manera que queda transcendida la propia instalación natural de los ‘objetos’. En la superación del tiempo físico objetivo, la obra de arte rompe su continuidad. Es acontecimiento puro y no se despliega en el flujo temporal, el del tiempo continuo de los ‘objetos’ estables, cuyos horizontes han quedado ya destruidos entre sí. Su ser ya no está en el pasar. Su ser es un puro aparecer que, demorándose interminablemente en el fenómeno, desborda el marco de las estructuras objetivas. La “presión” intencional que garantizaba el mundo de los ‘objetos’, ajustando la consistencia de los flujos temporales, pierde ahora su insistente garantía. De este modo, se concibe la fenomenalidad como una «armonía», o «ritmo» entre elementos o «esencias», entendiendo «esencia» como una idea límite, pero salvajes (Wesen sauvages) —en palabras de Merleau-Ponty— que no están necesariamente presentes, sino que se “despiertan” mutuamente en resonancia, unas a otras, en la aporía de un presente estratificado.

Esta cierta resonancia entre “elementos” (Wesen sauvages) es el objeto de la «síntesis pasiva»[6]. Y hablamos de una «cohesión sin concepto» porque no hay una unión lógico-eidética, lo cual da pie a interpretarse como una cierta armonía en un caos de campos sensibles de una gran densidad y nula articulación. La síntesis pasiva es rítmica porque, además de llevar a cabo la «cohesión sin concepto» de los fenómenos y de ligar un fenómeno a otro, “desborda” literalmente el desarrollo temporal, transgrediendo los límites del ahora (Jetzt). Este ritmo articula y ensambla los fenómenos, en una transgresión del flujo uniforme y estratificado del tiempo, como un “eco” que resuena en un caos originario, recubriendo dominios sensibles, múltiples y dispares. Este “eco” será, en definitiva, la resonancia rítmica del esquema trascendental, según el cual el mundo se “fenomenaliza” como fenómeno. Hablamos de una presencia “en distorsión”, donde el «cruce reflexivo» de los flujos temporales hace que el futuro sea ya, y el pasado sea todavía. La recepción de una obra de arte pone en evidencia este “quiasmo”.

En un acceso privilegiado asistimos abrumados, como testigos pasivos, a la propia experiencia de la génesis de los sentidos en el nacimiento mismo de la conciencia. No hay paso a la trascendencia, sino que lo que hay es una demora interminable en el fenómeno. Rota la continuidad, requisito del paso de la inmanencia de la conciencia a la trascendencia del mundo, asistimos impasibles a los tránsitos de la propia inmanencia. Esta zona invisible, o preobjetiva, en palabras de Merleau-Ponty, es el lugar kantiano de la «reflexión sin concepto», de la primitiva «cohesión sin conceptos», de una vibración o reajuste detenido en el curso de la intencionalidad y, en definitiva, de las síntesis pasivas, esta vez en palabras de Husserl[7].

La oscilación fenoménica expuesta nos ha permitido “asomarnos” a un nuevo territorio en el que no podemos “instalarnos” definitivamente, sino sólo “acceder” de un modo intempestivo, intermitente y fugaz. No es un registro arquitectónico en el que el “yo” se pueda “instalar”. Este nuevo territorio se sustrae al monopolio de la conciencia perceptiva, del sentido intencional, de la continuidad del espacio y del tiempo de los ‘objetos’ estables. En este sentido, esta zona muda es un extraño nivel de conciencia al que accedemos por destellos, de un modo alternante y oscilante. Hablábamos de una diversidad de niveles de conciencia que descubrimos en la “detención” que supone el bloqueo de la intencionalidad; hecho decisivo que conlleva la modificación o suspensión del proceso de constitución del mundo objetivo. Es, en definitiva, una zona de extremada conciencia: «inconsciente fenomenológico» separado del régimen objetivo del mundo. El “parpadeo” que caracteriza la oscilación fenoménica, nos permite un acceso interrumpido, momentáneo y evanescente, “frágil” (Hinfälligkeit)[8] en definitiva. Esa oscilación es la que genera una riqueza profunda de sentido en forma de sentido no-intencional, en un nivel de conciencia que, en términos fenomenológicos, podríamos denominar phantasía[9] y que, en otra ocasión, caracterizaremos con más precisión. Tanto la epochè fenomenológica como esta suerte de epochè que paralelamente exponemos, nos permiten un acceso privilegiado a la experiencia originaria de la génesis del sentido. El fracaso de nuestras pretensiones objetivantes conlleva el colapso del sentido intencional, pero no significa un fracaso del sentido, sino la aparición de sentidos no-intencionales. El arte cortocircuita el sentido intencional, mostrándonos el reverso del proceso de constitución, en una región donde la pasividad gobierna el curso de la experiencia.

La pintura de Cézanne propone esta suerte de versión visual de epochè que nos muestra un mundo no habitado todavía, un mundo primordial, «nature à son origine», zócalo bruto anterior a toda organización espontánea y sobre el cual reposa todo lo constituido. Este mundo primitivo, inmóvil y mudo, precede y sostiene a aquel en el que «nous nous y retrouvons». Cézanne nos abre los ojos sobre este paisaje desolado en el que todavía no somos, y que aún no habitamos. Nos invita a volver nuestra mirada de humanos sobre una región ontológica donde lo humano todavía no se ha constituido. La imagen revela este fondo de naturaleza inhumana en una «perception primordiale» o «expérience primordiale» donde está «interdit toute effusion humaine»[10]. Será más adelante, en L´Oeil et l´Esprit, donde las expresiones de Merleau-Ponty alcancen, si cabe, un nivel más expresivo y riguroso, caracterizando esta región ontológica como un «il y a préalable», como «l´obscurité du il y a», una «nappe de sens brut», de «significations muettes», un «fond primordial» o «cri inarticulé», un «arrière-monde préspatial» o una «spatialité préalable», una «profonde latence postural», el «Être muet», y, al final de la obra, «une zone du fondamental peuplée d´êtres épais, ouverts, déchirés»[11].

El fondo de experiencia muda y solitaria que Merleau-Ponty tematiza en «Le doute de Cézanne» corresponde a una cara oscura y oculta que precede a toda actividad constituyente del “yo” y que transcurre en, y tras, el flujo temporal mismo de la subjetividad. La experiencia del arte parece remitirnos a un retorno hacia lo originario, hacia la realidad en el preciso momento de aparecer, de aglomerarse ante nuestros ojos, en un retorno primigenio sobre una región ontológica anterior a la acción del lenguaje, del conocimiento y del concepto. Este horizonte primordial se abre espontáneamente en el espesor mismo de las ‘cosas’, en el fondo inarticulado sobre el que reposa todo lo constituido. La experiencia del arte parece ser la experiencia de una regresión, de una deriva de la subjetividad en el curso mismo donde todo fenómeno del mundo se fenomenaliza como fenómeno. Es la localidad de lo asombroso (daimonios topos), un pasaje fugaz donde brilla lo extraordinario y la esencia del ser llega a la presencia en un sentido eminente.[12] Allí donde el sujeto deambula perdido, en una caída libre, en una fase distendida de presencia que no es presente, desanclado del espacio objetivo, expulsado del mundo de las ‘cosas’, vagando en un plasma de campos sensibles, sin referencia alguna ni orientación posible. El arte ha sido capaz de asaltar el último reducto de la actitud natural, invirtiendo la “mirada del yo” y dejando que la superioridad de su vacío deje paso al aparecer de una rítmica por debajo del tiempo, de un ritmo no objetivo, hilético, material, discontinuo, que cohesiona en la distancia una resonancia de “elementos salvajes” que sólo él mismo puede despertar. Este horizonte vacío, horizonte de ausencia del mundo, es el horizonte de ausencia de nuestra subjetividad, arrastrada en la profundidad insondable de este abismo que la fenomenología denomina con el enigmático concepto de «inconsciente» (Unbewusstsein) y que es, más bien, una región de extremada conciencia donde sucede este extraño abandono del “yo” para ser en el mundo, en un mundo donde su origen está siempre comenzando. La subjetividad ha conseguido tener, por unos instantes, de lo ya visto, de lo muy visto, a contrapelo (regressus, anábasis), una “primera visión”, una visión primordial. Y todo esto ocurre a espaldas del tiempo objetivo, por fluctuaciones y rupturas, en una suerte de epoché que parte de la experiencia activa, tensionándola hasta sus propios límites, e invirtiendo la actividad de la conciencia en una parada de toda discursividad, en una suspensión de sus hábitos, en una detención de la fluidez temporalizadora del sentido en el instante mismo de su nacimiento (Sinnbildung).

 

2.

 

La recepción en Francia de la obra de Husserl estará caracterizada por la figura de Emmanuel Lévinas. No debemos olvidar que fue Lévinas quien escribió en 1929, en la Revue Philosophique, el que sería el primer artículo que se editase en Francia sobre Ideas. Por otro lado, en colaboración con Pfeiffer, y con la revisión de Alexandre Koyré, se empeñará en la difícil empresa de traducir la obra de Husserl, que será publicada en París, en 1931, con algunas reticencias del maestro, quien posteriormente expresará a Roman Ingarden su propio descontento. La proximidad del pensamiento husserliano y la pretensión heideggeriana de hacer de la fenomenología una ontología, determinarán un cierto giro teológico que Lévinas reconducirá, desde una perspectiva ética, hacia la presencia singular y enigmática del “Otro”. El autor invertirá para ello la tradición filosófica, haciendo depender las cuestiones ontológicas de las cuestiones éticas. Partirá de nuevo de la situación fenomenológica en la que se constata un hiato entre la pasividad de las síntesis hiléticas y la actividad determinante eidética. Frente al contexto teórico anterior, Lévinas sostendrá que la subjetividad se distingue no tanto por su actividad intelectiva cuanto por su «sensibilidad pasiva». Esta pasividad básica obstaculizará el cortocircuito racional que estabilizaba el sentido. De este modo, el regressus, planteado en estos términos, consistirá en una búsqueda a ciegas desde el exceso oscuro de la sensibilidad, imposible de ser reducido a la claridad de los noemas, después de haber constatado la imposibilidad de ajustar los flujos temporales que expusimos anteriormente. Lévinas denominará a este abismo de pasividad hilética: «lo inmemorial». Según el autor, será en ese “fondo inmemorial” donde se establezca la relación ética[13] con el “Otro”. En esa región ontológica, e incluso de orden cosmológico, ni la teleología racional husserliana ni la intencionalidad objetivante tendrán lugar. La irreductible pasividad de los fenómenos descubrirá la tautología de la razón y el carácter regresivo de la experiencia, y nos dirigirá hacia ese régimen de experiencia posible en el que tenemos acceso al “Otro”. Lévinas, en una retórica que va transformando las categorías ontológicas en términos éticos, irá modelando una versión moderna de teología negativa que tendrá su base en la pasividad incontrolable del fenómeno[14].

De este modo, podremos entender los presupuestos teóricos que subyacen en la lectura del texto que proponemos. «L´inhumanité de l´art», «l´oeuvre inhumaine de l´artiste», «quelque chose d´inhumain et de monstrueux»[15], etc., es el vocabulario enigmático que Emmanuel Lévinas utilizará en su artículo de 1948, «La réalité et son ombre», publicado, como ya hemos dicho, en Les Temps modernes, en coincidencia con la edición de Sens et Non-sens. Nos encontramos ante una relación esencial entre la experiencia del arte y un estado primitivo, originario, o arcaico del mundo. Podríamos interpretar de nuevo esta relación como la puesta en juego de la naturaleza de lo prerreflexivo, preobjetivo, o antepredicativo, tal como expusimos al analizar «Le doute de Cézanne». Sin embargo, de la lectura de los dos textos propuestos podremos extraer consecuencias cruciales para la interpretación de la tesis que estamos exponiendo. Ambos inciden sobre la oscura noción de «inhumanité», y, en los dos casos, en este fondo de “inhumanidad” se sitúa el origen de las imágenes. Por el contrario, nos encontramos ante dos posturas en apariencia irreconciliables y, probablemente, incompatibles. Citaremos un fragmento decisivo para entender este antagonismo que, aunque no es el objetivo de nuestro análisis, pondrá en evidencia la conclusión a la que queremos llegar.

Lévinas nos describe la dialéctica «au-delà/en-deça» que caracteriza la cuestión:

«Le tableau ne nous conduit […] pas au-delà de la réalité donnée, mais, en quelque manière, en-deçà. Is est symbole à rebours […] L´artiste se meut dans un univers qui précède […] le monde de la création, dans un univers que l´artiste a déjà dépassé par sa pensée et ses actes quotidiens[16]».

El concepto «à rebours», en su acepción dinámica y topológica, es decisivo para entender el problema. El arte es símbolo «à rebours», expresión que sugiere el movimiento de torsión por el que su experiencia nos muestra el anverso de un orden ontológico, e incluso cosmológico, que sucede detrás de la realidad ya constituida. Este movimiento de inversión será de una naturaleza esencialmente regresiva y nos descubrirá la “caída”, o devaluación, del curso de la experiencia en la que la subjetividad parece quedar neutralizada. Este concepto nos sugiere el movimiento, esencialmente regresivo, por el que la experiencia del arte utiliza una suerte de acceso inverso que nos lleva del mundo del ser abierto, vivo, temporal, dialógico, a un estado de cosas primitivo, marcado por la opacidad, la inmovilidad, el mutismo, el aislamiento y la clausura. El arte no transfigura la realidad, si entendemos esa transfiguración como la elevación de lo sensible a lo sublime, sino que, al contrario, desfigura, es decir, conduce a las figuras sensibles hacia una petrificación elemental, una evidencia inmediata de lo inerte, de lo cerrado. La experiencia del arte es, pues, una experiencia de «transdesfiguración» que, lejos de constituir una «trascendencia», como propondrán las concepciones de la soberanía del arte[17], constituye más bien una modalidad de «transdescendencia». Este movimiento regresivo nos llevará por debajo de la realidad, allí donde subyace un fondo elemental e inerte sobre el que reposa todo lo constituido. En este estado primitivo de cosas, la sordidez y lo elemental determinarán la inmediata posición del ser. La experiencia del arte aparecerá como un rastro de la tendencia que arrastra a la subjetividad en su deriva hacia este mundo primordial, ajeno al decurso del tiempo uniforme y a la continuidad del espacio objetivo.

Tal cuestión nos conduce de lleno a uno de los momentos clave donde el análisis husserliano se muestra más intuitivo y más preciso, en una muestra clara de la puesta en ejercicio de unos recursos para los que Husserl no dispone de suficiente representación, y que ejemplifica el momento excepcional en el que el ordo inventionis va a contrapelo abrupto del ordo doctrinae. Veamos el siguiente fragmento del Beilage XXIII al epígrafe 35 de Analysen zur passiven Synthesis, en el Volumen XI de la Husserliana, que aquí reproducimos en la traducción de Bruce Bégout y Jean Kessler, y que nos permitimos la licencia de citar en toda su extensión dada su especial relevancia:

«Revient, d´un autre côté, au présent le fait que je peux interroger son passé malgré sa limitation, pénétrer en lui. Mais seulement de sorte que j´éveille à partir du présent quelque chose de passé et que je ne puisse pas parcourir le chemin continuellement à rebours. Et si la vie était une existence monotone, par exemple un son au déroulement homogène, sans différence, je ne pourrais pas revenir en arrière. Cela est même très significatif. Si le commencement de la vie était la période initiale d´une monotonie sans fin, ce serait une période d´oubli sans interruption possible. Et si diverses périodes semblables de monotonie étaient médiatisées par des multiplicités de contenu, mais telles qu´elles ne rempliraient pas les conditions de l´association mutuelle, alors ne serait saisissable dans toute son étendue qu´une vie non monotone, et non pas une unité synthétique de la vie durant toutes ses periodes[18]».

Vemos que la descripción roza niveles de análisis muy altos, en el tránsito a la metafísica. Este lugar no tiene «trascendencia», ni siquiera una preeminencia metafísica, aunque sí ontológica por su carácter extraordinario. El pasado llega a hundirse en una monotonía sin fin y el presente llega a aparecer como una repetición vacía o un desarrollo homogéneo. En nuestro caso, Lévinas nos habla de una parálisis, de un «en-deça» de la realidad, que no es el «arrière-fond» de la presuposición ontológica que Merleau-Ponty había interpretado positivamente como «profusion de l´apparaître». Merleau-Ponty y Lévinas convergerán en la misma presuposición y, sin embargo, divergirán en su propuesta. Mientras para el primero, esta situación de regresión expresa, en último término, el origen de un orden naciendo espontáneamente; para el segundo, tal estado muestra el abismo de una ciega pasividad que separa definitivamente la realidad de un trasfondo fantasmagórico, como una sombra «en-deça» de la propia realidad, como un desajuste en el que la subjetividad regresa sobre una región ontológica anterior y previa. En el primer caso, la experiencia del arte nos llevará hasta el límite, donde el aparecer se revela en el instante mismo de su origen, como el inicio de una eclosión en la emergencia del sentido más primigenio. En el segundo caso, tal experiencia nos encerrará en una “parálisis”, un sopor en el que asistimos impasibles al espectro sombrío del ser, de un orden de cosas sin libertad, sin movimiento, sin relación: «L´art est l´événement même de l´obscurcissement, une tombée de la nuit, un envahissement de l´ombre.»[19] Este letargo del “yo” corresponderá a una regresión sobre una región ontológica anterior al lenguaje, al conocimiento y al concepto. Si para Merleau-Ponty este retorno a las fuentes mismas del sentido es interpretado como un advenir afirmativo, capaz de superar las limitaciones de la razón; para Lévinas, la experiencia del arte no representa una promesa, ni una esperanza, ni un proyecto, sino una pausa, un intervalo suspendido en el que, tal como hemos dicho, la realidad se retira de su propia realidad. El ser no se impone como desarrollo o apertura, sino como oscuridad inexorable e impersonal.

La misma presuposición que comparten los dos autores da lugar a desarrollos distintos y mutuamente irreductibles. El lago de Annecy nos muestra la imagen congelada en los cuadros de Cézanne, como el zócalo inhabitado de las cosas, como una naturaleza salvaje a punto de surgir, sin ningún orden y sin plan previo, como un sentido en el instante anterior a su génesis, no subordinado todavía a las finalidades de las significaciones civilizadas, pero inevitablemente dirigido a lo que será su advenir. Merleau-Ponty ve en esta sordidez y en esta elementalidad una inmediata posición del ser ante lo que va a denominar un «ordre naissant» o un «contour naissant»[20]. Por el contrario, Lévinas nos hablará de una «essence obscure, insaisissable, fantomatique, ombre de la réalité et mort doublant l´élan de la vie»[21]. Mientras que para el primero, esa presuposición fenomenológica que los dos asocian a la oscura noción de «inhumanité» es, en definitiva, una promesa de humanidad que está a punto de abrirse a la experiencia y a la comunicación: «une première parole»[22]; para el segundo, esta región es un «en-deçà» del tiempo y de la vida misma, un abismo cerrado de la experiencia donde reina la destrucción de cualquier relación y la ruina de toda esperanza. Si en un caso, la experiencia del arte puede contribuir a la salida de las cosas de su envoltura ontológica casi sofocante; en el otro caso, las cosas quedan encerradas en un estado primitivo de pasividad y no son nada más que indiferenciación bruta de este «il y a». La pintura de Cézanne nos muestra la visión de las raíces mismas, en el momento en el que todo orden ontológico va a comenzar a nacer: «peindre la matière en train de se donner forme, l´ordre naissant par une organisation spontanée»; «donner l´impression d´un ordre naissant, d´un objet en train d´apparaître, en train de s´agglomérer sous nos yeux»; «la constitution du paysage comme organisme naissant»[23]. Merleau-Ponty nos confirma el carácter creador de la fenomenalidad, en tanto movimiento emergente del aparecer, como una eclosión del sentido en su mismo advenir, más allá de la experiencia muda y solitaria del «il y a» paralítico, y casi cadavérico, que Lévinas nos propone:

«Éternellement Laocoon sera pris dans l´étreinte des serpents, éternellement la Joconde sourira. Éternellement l´avenir qui s´annonce dans les muscles tendus de Laocoon ne saura devenir présent. Éternellement le sourire de la Joconde, qui va s´épanouir, ne s´épanouira pas. […Le présent] n´aura jamais accompli sa tâche de présent, comme si la réalité se retirait de sa propre réalité et la laissait sans pouvoir. Situation où le présent ne peut rien assumer, ne peut rien prendre sur lui et, par là, instant impersonnel et anonyme»[24].

El pensamiento de Lévinas está caracterizado por una duplicidad ontológica heredada, quizá, del contexto teórico en el que se instala y de su comprensión de la historia, y que ya aparece expresada en el propio título del artículo que comentamos: realidad/sombra. En 1947, un año antes de la publicación del número 38 de Les Temps Modernes, y dos antes de la aparición de «Le doute de Cézanne», Lévinas se esforzaba en De l´existence à l´existant[25] en describir el presupuesto fenomenológico del «il y a» y de su «hypostase». En esta obra el ser aparecía rodeado de diversos modos de duplicidad, de equivocidad, y de «mensonge». La no-verdad del ser y la verdad eran igual de originarias. La dialéctica verdad-apariencia volvía a aparecer como una duplicidad ontológica de un gran compromiso, que se exhibía notoria y ostentosamente en la imagen del arte. Una de sus caras se presentaba como oscura, siniestra y sombría; mientras que la otra aparecía como luminosa, manifiesta y resplandeciente. Tal como nos dirá en el texto que analizamos: «la verdad y la imagen son simultáneas»[26]. Tesis que, por otro lado, cumplirá las exigencias de los presupuestos fenomenológicos de los que parte, tanto husserlianos como heideggerianos.

La lectura atenta que Lévinas hace del pensamiento husserliano nos obliga a replantear el concepto de «mundaneidad» (Weltlichkeit) y de «des-humanización» (Ent-menschung). Esta situación reducida, fruto de la epochè hiperbólica que el propio Eugen Fink había tematizado en la Sexta Meditación cartesiana[27], asociándola a una especial interpretación de la comunidad y de la comunicación intersubjetiva, tendrá su divergencia en los diferentes planteamientos de Merleau-Ponty y Lévinas. La “aporía” expuesta en la experiencia del arte, el devenir regresivo de la subjetividad, este letargo del “yo” que corresponde a una regresión sobre una región ontológica anterior al lenguaje, al conocimiento y al concepto, nos ha remitido al reino inhumano del puro ritmo, de la pulsación salvaje, de la pasividad y de la ciega fascinación. Lévinas había caracterizado este “trans-mundo” como un trasfondo fantasmagórico, como una sombra «en-deça» de la propia realidad, como un «desajuste» en el que la subjetividad regresa sobre una región ontológica anterior y previa, una parálisis en la que asistimos impasibles al espectro sombrío del ser, de un orden de cosas sin libertad, sin movimiento, sin relación. Ahora, sabemos que esta trans-mundaneidad tiene una dimensión intersubjetiva, una comunidad invisible y una comunicación potencialmente universal que la práctica del arte ya había puesto de manifiesto. «Le doute de Cézanne» pondrá un énfasis positivo en esta suerte de comunicación potencialmente universal que «se tourne en tous cas vers l´idée ou le projet d´un Logos infini»[28] y que nos recuerda el supuesto kantiano de una comunicación intersubjetiva, no-mediada conceptualmente, a través del sensus communis y de la validez ejemplar[29]. «La réalité et son ombre», sin embargo, planteará su potencialidad como una reacción potencialmente destructora del Logos, en lo que será una interpretación con resonancias platónicas.

De este modo, en Lévinas aparece el presupuesto fenomenológico de la donación ambivalente del ser, y el problema kantiano y schilleriano de la comunidad estética. Para ahondar en la relevancia de esta cuestión crucial, deberemos profundizar en los manuscritos de la husserliana, sobre todo en las ediciones citadas de Analysen zur passiven Synthesis y de Phantasie; Bildbewusstsein, Erinnerung, y, por supuesto, en la Sexta Meditación cartesiana de Fink. Las conclusiones son muy relevantes. Tal como anunciaba Kant en el citado texto: «hay una comunicación directa del hombre con el hombre, sin pasar por el rodeo del objeto, del concepto, o de la ley»[30]. Esta potencialidad transgrede el registro de la comunicación conceptual, poniendo en contacto una comunidad que se da cita en una región previa donde el mundo todavía no se ha constituido. Esta relación de comunión virtual es, tal como señala Michel Henry[31], una relación intersubjetiva primordial, pre-intencional y fusional, una especie de pathos comunitario, pre-discursivo, que es atravesado originariamente por el afecto, el cual, a su vez, reverbera en auto-afección en cada uno de los sujetos. En este caso Henry utiliza el ejemplo de Kandinsky. El conjunto de espectadores-receptores constituyen una comunidad sin ninguna comunicación conceptual previa, aun sin haberse apercibido. Aparentemente, algo objetivo les une. Sin embargo, el lugar de la obra de arte no es algo objetivo. El universo de la pintura no es de lo visible. Es en la subjetividad absoluta donde se mantiene el ego, donde también se mantiene su ser con el de los ‘otros’. Lo que es común es el pathos comunitario.

Por el contrario, Lévinas sostendrá una posición menos optimista. Mientras que para Merleau-Ponty el arte es una experiencia del aparecer, situada en la región inmediata de emergencia del sentido, «première parole», fuente originaria, desbordante y nativa; en Lévinas, representa una inhumanidad sórdida y opaca, fruto de una caída, devaluación, o regresión de la experiencia a registros anteriores al sentido, mudos, inefables y sombríos. La experiencia del arte muestra el anverso oscuro del proceso mismo de constitución de la realidad. Significa, en definitiva, una regresión «en-dèça» que se sustrae al concepto, al lenguaje, a la ley, a la relación con el ‘otro’ y a la temporalización de la relación habitual con el mundo.

 

3.

 

Los presupuestos ontológicos que subyacen en los dos textos que acabamos de reinterpretar, así como el contexto histórico en el que se ubican, son determinantes para comprender dos posiciones que, en apariencia, parecen ser incompatibles. Su dialéctica expresa una aporía que se exhibe con ostensión en los años inmediatamente posteriores al final de la Segunda Guerra mundial, pero que pertenece, en definitiva, a las propias condiciones que hacen posible el curso de la experiencia. El arte es nacimiento del sentido o, sin llegar a su génesis, muda obstinación del lado anterior al sentido. El desarrollo de cada una de estas vías converge en una misma concepción, próxima a los actuales análisis del pensamiento husserliano. Las presuposiciones metafísicas que residen en ambos discursos no son suficientes para disimular las consideraciones teóricas que se exhiben con patente evidencia. Tanto «Le doute de Cézanne» como «La réalité et son ombre» exponen las modulaciones de un mismo problema. La dialéctica «au-delà/en-deça» no expresa el enfrentamiento de dos alternativas teóricas incompatibles, sino la oscilación conjugada de dos momentos que corresponden a un mismo dinamismo, propio de la subjetividad en su afán por constituir el mundo que le rodea.

En el arte el fracaso de nuestras pretensiones objetivantes conlleva el colapso del sentido intencional, pero no significa un fracaso, sin más, del sentido sino la aparición de sentidos no-intencionales. El arte cortocircuita el sentido intencional, mostrándonos el “reverso” del proceso de constitución, en una región donde la pasividad gobierna el curso de la experiencia, asistiendo indefectiblemente a la resonancia de los procesos mismos de generación de sentido. Esta extraña región ontológica no se mostrará en su pura forma, sino en la intersección de las dimensiones del “yo”, en la médula de nuestra experiencia del tiempo, fundamento y medida de nuestra espontaneidad. En la experiencia del arte el movimiento de la temporalización va a exhibir el sistema de posiciones objetivas en las que la subjetividad se instala para constituir el mundo. Será en este lugar excepcional donde, en palabras de Merleau-Ponty: «la temporalidad ilumina a la subjetividad»[32]. En esta excepcional experiencia la ruptura o bloqueo de la intencionalidad me mostrará el tiempo en estado naciente, antes de que sea objetivado, y, en este tiempo, la subjetividad se advertirá a sí misma en su propia espontaneidad y en su empeño sobre el mundo. Así, esta experiencia muestra las condiciones de la experiencia en general, invirtiendo el movimiento forzado del “yo”, que vuelve recurrentemente sobre las condiciones mismas que hacen posible su mundo. Siento el tiempo naciendo en el mismo flujo donde yo me temporalizo. La experiencia ante la obra de arte me muestra la temporalidad, exhibiendo el movimiento de mi propia temporalización.

La imagen, en este caso, pone en relación dos mundos con dos regímenes temporales bien diferenciados: la temporalidad del presente continuo del mundo objetivo y la temporalidad de la Phantasia, discontinua, intermitente, fugaz, sin impresiones ni presente. Estos dos mundos tan diferentes coexisten sin conflictos, salvo en el caso expreso de algunas patologías, pero ambos, realidad y fantasía, tienen algo en común: su «inmediatez». Son tan inmediatos los ‘objetos’ que percibo en el mundo como las apariciones de fantasía, a pesar de su discontinuidad y de su condición proteiforme. Por el contrario, la función de las ‘imágenes’ es la mediación. Es precisamente la suma de estas dos propiedades, la discontinuidad temporal sin presente y la inmediatez de lo fantaseado, lo que proporciona al registro de la Phantasia su peculiar consistencia. De ahí, que afirmemos que el arte precisa de imágenes. Las apariciones de la Phantasia son vagas, fluctuantes, diferentes en su contenido y en su carácter global de las apariciones normales de la percepción. Es la relación con el mundo real la que permite que el mundo de la Phantasia aparezca como “otro” mundo, en alternancia con el primero. Este nuevo registro sucede a través de una Selbstverlorenheit, es decir, de una “pérdida de sí mismo”, o de una Selbstvergessenheit, un “olvido de sí mismo”, que resalta el mismo carácter regresivo de la subjetividad que hemos expuesto a lo largo de nuestro análisis y que resuena en las consideraciones teóricas expuestas en algunos momentos de la tradición filosófica.

Husserl nos habla de una «vida en la Phantasia». Tal vida ocupa un registro diferente a la vida real, donde la subjetividad se pierde en un Phantasieselbst o, más bien, un Phantasie-Ich al que le corresponde un Phantasieleib. Hablamos de un sentido de la epochè por efecto de la suspensión del curso de cumplimiento en el flujo uniforme del tiempo continuo. En el caso de la experiencia del arte esta suerte de epochè parece ocurrir de un modo oscilante, en un ir y venir que caracteriza su interminable fluctuación y que exhibe su necesidad de realimentarse intencionalmente en el «como si» de la apariencia. Este Hineinwirken funciona como una cámara de descompresión de la presión intencional en el mundo objetivo. La reducción fenomenológica del «como si» implica un sujeto modificado, no presente a sí mismo, olvidado de sí mismo, perdido, que no es consciente de sí en la temporalización de una presencia sin presente asignable. No obstante, este “olvido” no puede ser definitivo, sino intermitente, por un instante, pero un instante sin presente, o fuera del presente, que muestra el extraordinario poder de esta epochè. El registro de la percepción, llevado hasta el límite, va a contribuir al acceso, intermitente y fugaz, al registro de la Phantasia. Se trata, en definitiva, de describir cómo «lo vacío intenta apropiarse de lo lleno» y cómo «lo lleno parece devenir en un nuevo vacío»[33]. El cumplimiento de la intención se ha caracterizado por un horizonte interno de incumplimiento y de una indeterminación todavía determinable. Todo el proceso fracasará indefinidamente, invirtiendo la actividad de la conciencia y rompiendo la continuidad del desarrollo temporal. La ruptura en el proceso perceptivo nos ha llevado a ingresar en la vaguedad, inestable y fluctuante, proteiforme, de la Phantasia, en los límites mismos del no-ser, en un acceso privilegiado a un registro arquitectónico caracterizado por su condición irreductiblemente singular y salvaje. Tal hipertrofia ha llevado consigo el desajuste de los flujos temporales, creando una laguna en la continuidad, espacializando inmediatamente el presente vivo lleno de retenciones y protenciones, deteniendo o suspendiendo la actividad de la conciencia y permitiendo el acceso intermitente al registro de la Phantasia.

Mundo perceptivo y mundo fantástico no entran entre sí en conflicto alguno, frente a las relaciones conflictivas que se dan o pueden darse entre el mundo perceptivo y el mundo ficticio o imaginario. En la imagen encontramos un extraño soporte irreal, ficticio, de algo que no aparece, porque no está presente, pero es representado, presentificado. Esa labor de mediación es una conexión entre el registro de la percepción y el de la Phantasia, el mundo de los ‘objetos’ y el mundo onírico. Este segundo territorio nos resulta familiar, pero tiene una consistencia muy extraña. Es un territorio en el que no hay ‘objetos’ percibidos, no hay impresiones que den lugar a la continuidad de la percepción y, por supuesto, no hay una continuidad del presente temporal. La aparición de la Phantasia no aparece en el campo de visión de la percepción, sino en una especie de “otro mundo”, separado del mundo del presente actual y objetivo. Tal como nos dice Husserl, el campo de la Phantasia rompe la continuidad temporal según otro régimen u otro modo de temporalización. Es “polvo de luz”, es decir, un campo lacunario donde surgen y se desvanecen, de manera dispersa, y por intermitencia, las apariciones fluctuantes, y más o menos sombrías.[34]

El «ordre naissant» de Cézanne, en el pensamiento de Merleau-Ponty, y la «ombre» de la «réalité», en Emmanuel Lévinas, se corresponden con la región proteiforme de la Phantasia. Este trasfondo afectivo es el campo del ritmo de las síntesis pasivas, y, en términos kantianos, el lugar de una cohesión sin conceptos. La subjetividad, tal como hemos descrito anteriormente, permanecerá en una situación desanclada, sin posibilidad de referencias objetivas, perdida y nómada en un plasma de campos sensibles de los que no tiene impresión alguna, incapaz de encontrar el sentido de una dirección constitutiva, y tropezando indefinidamente contra el devenir constante de un flujo hilético desbordado. Este orden cosmológico podrá confundirse fácilmente con presuposiciones de orden metafísico, pero es evidente que el fenómeno descrito es una consecuencia del extravío de la subjetividad en el dinamismo de la constitución del mundo objetivo. Merleau-Ponty y Lévinas interpretarán este mismo extravío desde concepciones diferentes. Ambos estarán en lo cierto al presuponer la naturaleza del régimen arquitectónico de la Phantasia, al interpretar sus condiciones de posibilidad como una regresión de la subjetividad, y al ubicar este régimen en el origen del sentido. Frente a Merleau-Ponty, que anuncia implícitamente la patencia del sentido no-intencional, Lévinas permanecerá anclado en los presupuestos platónicos de la República. Se remitirá a una mimesis destructiva del Logos, confundiendo el carácter reactivo de la experiencia del arte. Sin embargo, ambos pondrán en juego las potentes intuiciones que Edmund Husserl apuntó en sus manuscritos y en su proyecto de una estética trascendental.

La teoría estética contemporánea, fiel a las consideraciones de Adorno y Benjamin, ha de tematizar con rigor y exactitud, pero con un imperativo necesario de cautela, estas consecuencias. En la actualidad, y quizás al margen de la escolástica más académica y programática, la atenta relectura de la herencia husserliana nos ha de permitir reinterpretar algunas de las alternativas teóricas que han avalado al siglo XX, reordenando y reconstruyendo el devenir del pensamiento después de la Segunda Guerra mundial. Los nuevos contextos emergentes exigen la recuperación del discurso en el momento histórico de su refundación. Maurice Merleau-Ponty y Emmanuel Lévinas, tal como aquí hemos expuesto, supieron redirigir estas intuiciones, evidenciando la necesidad insoslayable de revisar el curso del pensamiento en el inicio de siglo. La deriva estética tras el pensamiento contemporáneo retoma la naturaleza y las condiciones de posibilidad de la experiencia estética, como un ámbito paradigmático en el que poner en juego los recursos de los replanteamientos teóricos sobre el conocimiento y la realidad. De este modo, las consideraciones estéticas, ontológicas, y gnoseológicas convergen en la experiencia del arte como encuentro fortuito y accidental de la subjetividad con el nacimiento del sentido. 

[1] Merleau-Ponty, M. «Le doute de Cézanne», en Fontaine, nº 8, 1945, pp. 80-100; Sens et non-sens, Nagel, Paris 1948, pp. 15-44; Gallimard, Paris 1996, pp. 13-33; Sentido y Sinsentido, Ediciones Península, Barcelona 2000.

[2] Lévinas, E. «La réalité et son ombre», Les Temps modernes, 1948, nº 38, pp. 771-789; Les Imprévus de l´histoire, Fata Morgana, Paris 1994, pp. 123-148; Los imprevistos de la historia, tr. Tania Checchi, Ediciones Sígueme, Salamanca 2006, pp. 117-140. El lector podrá encontrar un comentario preciso de este texto en: «Lévinas et l´art: La réalité et son ombre» de Jacques Colléony, en La Part de l´oeil, dossier «Art et phénoménologie», 1991, pp. 81-90.

[3] Merleau-Ponty, M. Sens et non-sens, Nagel, Paris 1948, p. 28.

[4] Merleau-Ponty, M. op. cit., pp. 28-29.

[5] Merleau-Ponty, M. Le Visible et l´Invisible, suivi de notes de travail, éd. Claude Lefort, Gallimard, Paris 1964.

[6] Merleau-Ponty, M. Fenomenología de la percepción, Ediciones Península, Barcelona 2000, pp. 426 y ss.

[7] Husserl, E. Analysen zur passiven Synthesis, Kluwer Academic Publishers, Dordrecht-Boston-London 1966; Husserliana Bd XI.

[8] Becker, O. Von de Hinfälligkeit des Schönen, Festschrift für Husserl, Halle 1929.

[9] Husserl, E. Phantasie; Bildbewusstsein, Erinnerung, Kluwer Academic Publishers, Dordrecht-Boston-London 1980; Husserliana Bd XXIII.

[10] Merleau-Ponty, M. Sens et non-sens, op. cit., pp. 26-27.

[11] Merleau-Ponty, M. L´Oeil et l´Esprit, Éditions Gallimard, Paris 1964, pp. 12, 56, 13, 35, 70, 73, 77, 87 y 91, respectivamente.

[12] Heidegger, M. Parménides, Akal, Madrid 2005, p. 152.

[13] Lévinas, E. Éthique et Infini, Fayard, Paris 1982.

[14] Richir, M. «Phénoméne et infini», en Cahier de l´Herne: Emmanuel Lévinas, 1991, p. 224.

[15] Lévinas, E. Les Imprévus de l´histoire, Fata Morgana, Paris 1994, pp. 124, 147 y 143, respectivamente.

[16] Lévinas, E. Les Imprévus de l´histoire, op. cit., p. 135.

[17] Menke, Ch. Die Souveränität der Kunst: Ästhetische Erfahrung nach Adorno und Derrida. 1991; La soberanía del Arte. La experiencia estética según Adorno y Derrida, trad. Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina. 1997.

[18] Husserl, E. Analysen zur passiven Synthesis, op. cit., pp. 424-425, De la synthèse passive, traducción de Bruce Bégout y Jean Kessler, Jérôme Millon, Grenoble 1998, p. 411.

[19] Lévinas, E. Les Imprévus de l´histoire, op. cit., p. 126.

[20] Merleau-Ponty, M. Sens et non-sens, op. cit., pp. 25 y 30.

[21] Lévinas, E., op. cit., pp. 135, 136, 142.

[22] Merleau-Ponty, M. «Le langage indirect et les voix du silence», en Signes, Éditions Gallimard, Paris 1960, pp. 49-104. Este artículo apareció por primera vez en Les Temps modernes. Se trata de una versión remodelada de un capítulo de la obra inacabada La Prose du monde, Éditions Gallimard, Paris 1969, pp. 66-160.

[23] Merleau-Ponty, M. Sens et non-sens, op. cit., pp. 28, 23, 25, 27, 29.

[24] Lévinas, E. op. cit., pp. 138-139.

[25] Lévinas, E. De l´existence à l´existant, Vrin, Paris 1978.

[26] Lévinas, E. Les Imprévus de l´histoire, op. cit., pp. 136.

[27] Fink, E. VI Cartesianische Meditation. Teil 1. Die Idee einer transzendentalen Methodenlehre, Kluwer Academic Publishers, Dordrecht-Boston-London 1988. Sixième Méditation cartésienne. L´idée d´une théorie transcendantale de la méthode, trad. Natalie Depraz, Ed. Jérôme Millon, Grenoble 1994.

[28] Merleau-Ponty, M. Sens et non-sens, op. cit., pp. 33.

[29] Arendt, H. Conferencias sobre la filosofía política de Kant. Paidos Studio. Barcelona. 2003, pp. 121-153.

[30] Kant, I. Crítica de la facultad de juzgar. §40., trad. Pablo Oyarzún. Monte Ávila Editores, Venezuela 1992,  p. 260. («Kritik des Urteilskraft», parágr. B160-161)

[31] Henry, M. Phénoménologie matérielle, Presses Universitaires de France, Paris 1990.

[32] Merleau-Ponty, M. Fenomenología de la percepción. Ediciones Península. Barcelona, 2000, p. 433.

[33] Husserl, E. Hua IX, 7.

[34] Richir, M. Phénoménologie en esquisses. Nouvelles fondations. Jérôme Millon, Grenoble 2000, p. 90.