Fenomenología, espacio y geografía. La construcción de una nueva Pangea

El nueve de mayo de 1934, Edmund Husserl escribirá el famoso manuscrito titulado «Inversión de la teoría copernicana según la interpreta la cosmovisión habitual. El arca originaria “Tierra” no se mueve. Investigaciones básicas sobre el origen fenomenológico de la corporeidad, de la espacialidad de la Naturaleza en el sentido científiconatural primero. Necesarias investigaciones iniciales». A partir de entonces, una multitud de ámbitos de conocimiento, pertenecientes a las diferentes ontologías regionales descritas por Husserl, han aplicado el método fenomenológico para describir nuestra representación del mundo. En la presente investigación, trataremos de definir estas referencias fenomenológicas en la descripción geológica de la corteza terrestre, su efectividad en la determinación del concepto de «lugar», como sistema de acciones posibles, y sus referencias con el Leib y con el proceso de constitución del espacio. En esta exposición trataremos de conjugar las concepciones de la geología contemporánea y de la geografía fenomenológica con el estatus fenomenológico de nuestra concepción del relieve terrestre.

Desde Metodologías Fenomenológicas Multisectoriales (MPhM) les presentamos la segunda investigación de la serie Fenomenología, espacio y geografía. En esta ocasión, nos centraremos en el fenómeno de la globalización, en sus modulaciones físicas, gráficas y espaciales.

 

Uno de los cambios más notables de la época actual con relación al pasado ha sido y es la posibilidad de conocerlo todo a escala planetaria. Uno de los componentes de este proceso es lo que se ha denominado, en un principio, internacionalización, luego mundialización y, ahora, globalización. Sin entrar a especificar la carga significativa de cada uno de los términos, lo cierto es que este proceso existe: mundialización de los procesos productivos, de la comercialización, de los intercambios de capital y de mercados, de las finanzas, del modelo de utilización de los recursos mediante técnicas universalmente interrelacionadas, del mercado de trabajo, de la conciencia sobre medio ambiente, de los gustos y del consumo, de la enfermedad, y hasta del espacio. Pero si la globalización es un concepto reciente, no lo es el significado. Sin despojarla de su carga ideológica, política y económica, también podemos hablar de globalización como la tendencia a la homogeneización en acciones y procesos, o la pretensión de hacer un mundo uniformizado.

 

En este artículo pretendemos afrontar esta cara de la globalización: la globalización física, la globalización gráfica y la globalización espacial.

 

La globalización física tuvo lugar hace 200 millones de años. Hoy, a pesar de la imposibilidad de tener un mundo único, los instrumentos de la globalización han conseguido superar las barreras geomorfológicas. Un proceso que contrasta con el efecto de las fuerzas internas de la Tierra, que en su devenir han unido y separado los continentes varias veces a lo largo de la historia de la Tierra; con la Tectónica de Placas se pudo confirmar la existencia de la última Pangea conocida.

 

En la inconsciencia de este mecanismo movilizador, el hombre, además, ha deseado tener una visión global del mundo y plasmarla gráficamente gracias a la cartografía. La exploración de nuevas tierras ofreció la oportunidad de ensanchar las miras hacia un mundo cada vez más amplio. La evolución de esta disciplina ha permitido explicar la necesidad innata del hombre de representar el mundo conocido y deducir cuáles eran los intereses de cada representación o, más bien, cómo los mapas representan, más allá del grafismo, la mentalidad de la época en la que se produjeron. La aplicación de métodos cada vez más sofisticados ha permitido situar las coordenadas de cualquier lugar del mundo, ha permitido cuantificar el espacio y ofrecer una nueva conciencia espacial.

 

Pero el espacio no sólo hay que conocerlo y situarlo, sino también definirlo y percibirlo, tanto en sus componentes como en las acciones que allí se producen, acciones determinadas hoy por la fuerza de la globalización. Llegar a diferenciar o a coaligar el espacio local y el espacio global, nos permitirá conocer si existe una globalización del espacio.

 

Relacionar estos tres conceptos, espacio físico, espacio gráfico y espacio percibido, a través de un nexo conductor de la globalización es el objetivo de esta investigación: bucear en las fuentes históricas de la geología y la geografía para provocar una reflexión sobre la dimensión espacial de la globalización.

 

Conocimiento de la evolución del planeta

 

Uno de los aspectos más complicados en Geología es la interpretación global o a gran escala de la evolución cortical mediante la “lectura” de los datos registrados en las rocas de la corteza terrestre y de los datos obtenidos del interior de la Tierra mediante los métodos geofísicos. Los indicadores litológicos, geoquímicos, geofísicos y paleobiológicos nos han permitido obtener resultados para avanzar en el conocimiento de la distribución de tierras y mares. La integración e interpretación de estos resultados nos ha dado el registro histórico del planeta.

 

La idea de que los continentes se mueven se remonta al primer cuarto del siglo XVII, cuando el filósofo inglés Francis Bacon puso de manifiesto la coincidencia que existe entre las costas orientales de Sudamérica y las occidentales de África. Sin embargo, la idea no comenzó a considerarse seriamente hasta el año 1915 cuando el meteorólogo alemán Alfred Wegener expuso las ideas que conformaron la teoría de la deriva continental. Esta teoría modificada y ampliada está insertada en la Teoría de la Tectónica de Placas, y constituye los fundamentos que dieron lugar a la actual Tectónica Global.

 

Wegener afirmaba que los continentes formaron parte originariamente de un único bloque, Pangea, rodeado de un vasto océano denominado Pantalasa. Dicho supercontinente se dividió posteriormente en los continentes que hoy conocemos. Suponía Wegener que los bloques continentales estaban constituidos por sial, compuesto a su vez por rocas graníticas formadas por silicatos alumínicos. Este sial, rígido y de baja densidad, flotaba sobre el sima, constituido por rocas basálticas formadas por silicatos magnésicos, mucho más denso y plástico. Los continentes se moverían deslizándose hacia el oeste, como gigantescas balsas, impulsadas por fuerzas generadas por la rotación terrestre e interferidas por la atracción mutua de la Tierra y la Luna.

 

Este supuesto “motor” de los bloques fue el aspecto menos consistente de la teoría de Wegener y por tanto ampliamente criticado por el geofísico inglés, Harold Jeffreys, quien demostró que ni el mecanismo físico del movimiento, ni la movilidad del sial sobre el sima, eran posibles. En 1929, Arthur Holmes formuló una alternativa, según este autor, sial y sima, comportándose en conjunto como una capa rígida, se movían sobre material fluido del manto, donde las corrientes convectivas que originaban los magmas del interior terrestre daban lugar al movimiento de los continentes. El holandés Vening Meinesz avaló esta idea puesto que permitía explicar las anomalías gravimétricas que él detectó sobre las fosas abisales de las Indias orientales. Meinesz, al igual que Holmes, supuso que en el manto existían corrientes convectivas que forman un conjunto, de tal manera que cuando se encuentra una corriente convectiva descendente, ésta arrastra hacia abajo parte del material de la corteza, formando una especie de “raíz”, que sería, a juicio de Meissner, responsable de la anomalía gravimétrica. Arthur Holmes siguió perfeccionando su idea sobre las corrientes de convección y en 1944 publicó Principles of Geology, donde plasmó su idea de que la deriva continental se inicia cuando las corrientes ascienden y se separan por debajo de un bloque continental. Estas fuerzas serían responsables de la rotura y subsiguiente separación de los fragmentos en que se divide el bloque inicial.

 

Los numerosos estudios posteriores sobre la topografía submarina y la geología de los fondos oceánicos dieron lugar al descubrimiento de las dorsales, se localizan las fosas abisales y se establece la topografía de la llanura abisal. Con estos datos, los norteamericanos Hess y Dietz, en 1960, propusieron la teoría de la expansión de los fondos oceánicos. Esta se produce a partir de las dorsales oceánicas consideradas como zonas de efusión del magma que ascendía del manto subyacente. Apareció la denominación de litosfera a la capa rígida constituida por la corteza terrestre y la parte más externa del manto y la de astenosfera, una capa más plástica, responsable de las corrientes convectivas. Estas capas fueron confirmadas por estudios sísmicos que realizó en primer lugar Beno Gutemberg.

 

La tectónica de placas, que incluye la teoría de la expansión de los fondos oceánicos, supone que las placas tectónicas, y por tanto los continentes incluidos en ellas, se mueven unas respecto a otras y que ese movimiento es el responsable de gran parte de la dinámica cortical, localizándose en los bordes de las placas las causas y los efectos de ese movimiento. Numerosos autores siguieron trabajando para aportar más datos a esta teoría, Wadati y Benioff, sismólogos, calcularon la curvatura de las placas descendentes, Vine y Matthews, estudiaron las anomalías magnéticas de los fondos oceánicos y así se fue formando el cuerpo de la actual Tectónica Global. Esta teoría proporciona una explicación coherente de los procesos dinámicos que causan la movilidad y evolución de la corteza a gran escala. La formación de las grandes cadenas, la distribución de volcanes y terremotos, la movilidad de los continentes y la formación de los océanos, encajan como las piezas de un rompecabezas cuando se ven a la luz de esta teoría.

 

Aunque la teoría de la Tectónica Global constituye el actual paradigma de la geología, existen también detractores de la misma, puesto que no llega a explicar fenómenos puntuales registrados en la corteza terrestre. Aún así, lo que nadie pone en duda es que los continentes situados encima de las placas tectónicas se han separado y que estuvieron unidos hace 200 millones de años conformando la última Pangea conocida.

 

La fragmentación de la gran Pangea dio lugar a los continentes tal como los conocemos hoy en día. Este proceso supuso la migración de enormes masas de tierra desplazándose hacia latitudes muy alejadas de su conformación original, además esta separación y la formación de nuevos fondos oceánicos provocó, a su vez, en la última orogenia, la elevación de las grandes cordilleras actuales. En definitiva, surgió la enorme diversidad geotectónica actual, así como una gran diversidad geomorfológica producida a su vez por la variabilidad de climas que aparecieron como resultado de las posiciones latitudinales que adoptan los continentes, por la mayor oceanidad, por su situación respecto a las corrientes y por el resto de factores que determinan la climatología. Una evolución geológica que determina la distribución y la abundancia de los seres vivos y por tanto la diversidad biológica.

 

Frente a esta diversidad, geológica y biológica, la homogeneización constituye un proceso contranatura, un proceso que se opone a las fuerzas internas de la Tierra generadoras de contrastes geomorfológicos. Una globalización que obvia el marco físico y que lo supera ampliamente a través de la sustitución de un medio natural que ha sido determinante para el hombre por un medio técnico e informacional creado por él mismo. Las barreras geográficas que el hombre ha ido rebasando a lo largo de su historia no suponen un impedimento para este proceso, pero forman y conforman cada paisaje, cada región, cada espacio y cada lugar.

 

La visión global del mundo

 

La cartografía ofreció la primera inspiración a la idea de un mundo único, la conciencia espacial que se adquirió con la representación gráfica del espacio permitió la intuición que surgió al comparar las costas de los continentes africano y americano, y esto es lo que dio paso a una investigación profunda que nos ha llevado a obtener las conclusiones actuales sobre la evolución de la Tierra.

 

Además, la Historia de la Cartografía nos aporta multitud de datos acerca de la necesidad de conocer el espacio. No es posible enumerarlos todos, ni es ésta la finalidad de este trabajo, pero sí es interesante recordar algunos hitos dentro de la evolución de los mapas. La concepción global del mundo se ha ido gestando al superar las concepciones parciales de cada época, concepciones mediatizadas tanto por el pensamiento imperante en ese momento, este sería el caso de los griegos, como por los nuevos descubrimientos que otorgaron una nueva dimensión a la concepción espacial del mundo. Y aunque la historia de los descubrimientos y su vinculación con la colonización habría significado una primera forma de uniformización del mundo, tanto si se colocaba bajo el estandarte del oro, como de Cristo o la civilización (Ferro,2000), queremos centrarnos no en las implicaciones sociales de este hecho, que tienen su semejanza con el que actualmente se está produciendo con la imposición de un modelo global, para los pueblos más desfavorecidos, sino en las implicaciones de perspectiva sobre el mundo, es decir la visión global.

 

El hacer mapas es una aptitud innata en la Humanidad: la necesidad de conocer la dirección y el recorrido de las trayectorias del hombre nómada y comunicarlas, llevó al inicio de la cartografía en las sociedades más primitivas. Las civilizaciones india, babilónica o china nos muestran la gran destreza de esos primeros cartógrafos, pero el principio de nuestro sistema actual cartográfico es atribuido a los griegos. Los griegos admitieron la forma esférica de la Tierra, con los polos, el ecuador y los trópicos, introdujeron el sistema de longitudes y latitudes, construyeron las primeras proyecciones y calcularon el tamaño de nuestro planeta. De este periodo destacan los primeros mapas jónicos, no conservados pero sí descritos, como el de Anaximandro de Mileto que hizo un mapa de todo el ámbito de la Tierra con todos los mares y todos los ríos. En estos mapas se considera la Tierra como un disco, a cuyo alrededor estaban las aguas de los océanos.  La concepción esférica de la Tierra más filosófica que astronómica pudo ser confirmada y aceptada más tarde y fue reflejada en los mapas de Eratóstenes, Hiparco, Crates y Ptolomeo.

 

La cartografía romana es el reflejo de una mentalidad práctica, por eso el mapa está elaborado para unos fines militares y administrativos. Se vuelve al mapa de disco, despreciando las proyecciones. Su “Orbis Terrarum” contenía los tres grandes continentes con una Italia de forma ensanchada para poder representar las provincias romanas.

 

Completamente penetrado del sentido cristiano de lo sobrenatural, el cartógrafo medieval no representó al mundo tal como es en realidad. En vez de ello, interpretó su propio pensamiento, concentrado en una idea expresionista y simbólica de profundo significado artístico. Utiliza el mapamundi circular de los romanos, pero con tantas modificaciones que perdió su exactitud geográfica. En su forma más esquemática se le conocía con el nombre de mapa de la T en la O: Asia ocupaba la mitad superior de la O, con Europa y África a medias en la parte inferior.

 

El mundo árabe dotó a este periodo oscuro de hábiles geógrafos y cartógrafos, favorecidos al conservar el texto de Ptolomeo. Siguiendo las directrices de los griegos, estudiaron las proyecciones y construyeron esferas celestes. La obra más importante es el mapamundi de Edrisi, basado en una tosca proyección rectangular en el que África y China no están unidas. El mapa está orientado hacia el Sur.

 

En la segunda mitad del siglo XIII aparecen las cartas portulianas, ideadas por los almirantes y capitanes de la flota portuguesa, representan el Mar Mediterráneo y el Mar Negro con gran exactitud, y el océano Atlántico hasta Irlanda de modo deficiente. Estos mapas están orientados al norte magnético y contienen un minucioso sistema de rosas de los vientos y rumbos que se entremezclan por sobre todo el mapa.

 

Finalizada la Edad Media, al renacimiento de la cartografía contribuyen tres hechos importantes: el redescubrimiento de la Geographia de Ptolomeo, la imprenta y el grabado, que permitió la divulgación y proliferación de la cartografía y los grandes descubrimientos. Con motivo de la modernización del mapa de Ptolomeo por parte del danés Clavus se amplió, por primera vez, el horizonte cartográfico más allá de los límites septentrionales del mundo clásico incluyéndose Noruega, Islandia y Groenlandia.

 

Los territorios descubiertos fueron representados en distintos mapas, entre ellos cabe destacar el de Juan de la Cosa, en el que aparecen las Indias, el de Waldseemüller donde aparecen las Américas, la del Norte y la del Sur, netamente separadas de Asia y el de Diego Ribero donde queda reflejado el estrecho de Magallanes y  la vasta inmensidad del océano Pacífico. Estos mapas reflejan un nuevo concepto del mundo.

 

A partir de este momento la cartografía proliferó y se fue perfeccionando, los errores de los mapas antiguos se fueron corrigiendo con la ayuda de nuevos instrumentos de cálculo más preciso, se elaboraron globos terráqueos

 

Otro paso importante en la evolución de la concepción global del mundo fue la elaboración de Cosmogonias, que figuran entre los libros más populares del renacimiento, textos que aunaban la Geografía, la Astronomía y la Historia natural, vastamente ilustrados con mapas y figuras. Dos de las más populares fueron la de Pedro Apiano, en 1524, quien, además, inventó la proyección estereográfica y la de Sebastián Münster, publicada en 1544, que tuvo gran importancia por la difusión de los conocimientos geográficos a los que dio lugar. Mercator, padre de la cartografía holandesa, liberó a la Cosmografía de la influencia ptolemaica, examinando con sentido crítico los mapas más antiguos. La proyección que ideó y lleva su nombre es la única que presenta rectas las líneas correspondientes a rumbos magnéticos, muy útiles en la navegación.

 

De aquí se pasaron a las grandes obras cartográficas, los Atlas, como el Theatrum Orbis Terrarum de Ortelio, de 1570, o el Atlas Novus de Blaeu, de 1634. En la cartografía francesa destaca la familia Sanson , cuyos mapas, más científicos que los holandeses contienen numerosas notas descriptivas y aclaraciones de tipo geográfico. De la escuela inglesa cabe destacar al cartógrafo Cristobal Saxton y el mapamundi de 1559 donde aparecen los descubrimientos en las rutas de Nordeste y del Noroeste, que es, según Rietz (1985) uno de los mejores mapas de su tiempo.

 

A finales del siglo XVII, comienza la reforma de la cartografía, a partir de las determinaciones de longitudes efectuadas por la Academia Francesa, el resultado fue un nuevo mapamundi trazado por Cassinni en 1696, en el pavimento del Observatorio de París, que constituye uno de los mapas fundamentales de la Historia. Todo esto se fue perfeccionando en los siglos posteriores.

 

Pero el salto definitivo hacia una cartografía minuciosa se produjo a principios del siglo XX con la aparición de la fotografía aérea, el instrumento más eficaz y preciso que condujo a una representación enormemente fiable, pero trabajando a escalas no inferiores a 1:20000. Un gran avance en los sistemas de teledetección, que comienza con la fotointerpretación y que nos permite volver al concepto de visión global del mundo, es sin duda la aplicación de los satélites y el procesado digital de documentos multiespectrales aportados por las imágenes que nos ofrecen. Las imágenes de satélite nos aportan una cobertura global y periódica, una rapidez de adquisición y puesta a disposición del usuario, una visión panorámica, la posibilidad de trabajar con áreas amplias, homogeneidad en la toma de datos y una visión sintética de los efectos producidos por una gran cantidad de variables. En definitiva, constituye una herramienta multidisciplinar con un potencial considerable en la actualidad y con un futuro a medio plazo, realmente prometedor. Este hecho no ha pasado desapercibido en la reflexión filosófica sobre la globalización, Michel Serre, citado por Santos (2000) dice “hoy, tenemos una nueva relación con el mundo, porque lo vemos por entero. A través de los satélites, tenemos imágenes de la Tierra absolutamente entera”.

 

Este salto cuantitativo y cualitativo pone en evidencia el impacto producido al cambiar el punto de vista del observador. El paso de una cartografía hecha desde el terreno al paso de una cartografía hecha a través de la información recogida desde un satélite, es decir el mundo visto desde arriba, desde donde se concibe el Planeta como un todo ofrece una nueva dimensión espacial.

 

A través de este pequeño recorrido por la evolución de los mapas podemos constatar que para el hombre en general y para el geógrafo en particular se presenta un problema de perspectiva sobre el espacio (Gómez, 2001), Del resultado de este proceso cuantitativo tenemos la cartografía, que es la forma de expresar dicha perspectiva espacial en las distintas escalas de trabajo. La evolución cartográfica, fruto de nuevos conocimientos de la Tierra junto a los avances tecnológicos que permiten precisar su localización y ajustar lo más posible la representación a la realidad ha dado lugar a una toma de conciencia de la imbricación entre extensiones cada vez más grandes. En cuanto al espacio físico pasamos de un Mundo Antiguo circunscrito a unos cuantos miles de kilómetros, a un leve cambio, en la Edad Media, con los viajes de Marco Polo, hasta el descubrimiento de América y la circunnavegación de la Tierra  que obligó a ensanchar la cartografía del mundo y ofreció una nueva dimensión espacial, una vez que el mundo se ha conocido y descubierto, prácticamente por entero, la dimensión global viene respaldada por la cercanía y accesibilidad de la imagen del mundo continuamente actualizada.

 

La dimensión espacial de la globalización

 

El proceso de mundialización de las relaciones sociales, económicas y políticas, de constitución de un nuevo sistema mundial obligan a la revisión del concepto de espacio y a reconocer la influencia espacial de este proceso. El espacio está cargado de significados, espacio como escenario físico, marco en el que se sitúan los objetos y se desarrollan los fenómenos, espacio dinámico y funcional, espacio percibido vinculado a la experiencia vital, espacio que, en definitiva, está determinado por la fuerza de la globalización.

 

El primer problema que se plantea ante las numerosas connotaciones del concepto de espacio es la definición del mismo, siendo como es, el objeto de estudio de la Geografía, en este sentido el espacio se constituye en problema-clave dentro de la Geografía pero también es el que permite integrar bajo un prisma común las diferentes corrientes actuales del hacer geográfico (Capel, 1981). La Geografía carece de un sistema taxonómico aceptado para las unidades espaciales, por lo que tampoco hay un lenguaje consensuado, la diversidad de las perspectivas y métodos utilizados en los estudios geográficos lo impide. Se hable de región o paisaje, en la línea de la Geografía Tradicional, o de espacio geográfico, en la línea de la Nueva Geografía, y a pesar de que la distinción entre región, paisaje y espacio es una necesidad epistemológica, siempre se hace referencia a la superficie terrestre en su fragmentación. En este sentido, la historia de la Geografía puede considerarse como la historia del concepto de espacio y de la conciencia espacial por parte de las sociedades humanas (Méndez, 1988). Es indispensable, por tanto, una preocupación ontológica, un esfuerzo interpretativo desde dentro, lo cual contribuye tanto a identificar la naturaleza del espacio, como a encontrar las categorías de estudio que permitan analizarlo correctamente (Santos, 2000).

 

Desde la perspectiva de la Teoría de Sistemas, el espacio se define como un conjunto de objetos, las características de esos objetos y sus interrelaciones. Sin revivir esta propuesta Milton Santos (2000), define el espacio como un conjunto indisoluble de sistemas de objetos y sistemas de acciones, conjunto solidario y también contradictorio, de tal manera que los sistemas de objetos y de acciones no se consideran aisladamente, sino como el contexto único en el que se realiza la historia. Para Puyol (1988), el espacio terrestre, real, concreto, viene dado, producido, vivido y percibido. El espacio viene dado porque posee una doble dimensión, física y ecológica. Así mismo, el espacio terrestre es un producto resultante de la acción de las sociedades humanas; es un producto social en el que todas las dimensiones del hombre se implican en la producción del espacio terrestre, lo económico, social, cultural, político e ideológico. El espacio terrestre dado y producido socialmente es asimismo vivido y percibido y de aquí parte el concepto de lugar.

 

El lugar, además de ser un espacio con una localización, forma, estructura y actividad que lo individualiza de otros, posee un carácter específico y singular que procede de los valores y aspiraciones sentidas y experimentadas por el hombre. Para la Geografía Fenomenológica el lugar es aquello que sitúa al hombre de tal forma que le revela los lazos exteriores de su existencia y al mismo tiempo la profundidad de su libertad y realidad; no consideran el lugar como un simple agregado, sino un conjunto de significados y valores.

 

La globalización se manifiesta en cada una de las características del espacio, quizá de una manera más radical en el dinamismo espacial, entendiendo por tal el conjunto de las redes de flujo técnico, comercial e informacional que de forma cada vez más densa y en áreas más extensas tienden a relacionar los diversos componentes del espacio si consideramos al espacio uno, pero diferenciado. De esta manera podríamos entrar en la consideración de si existe un espacio global, globalización del espacio o espacios de la globalización. Existen dos interpretaciones, al respecto, que pueden convivir sin contradicción. Gómez Rojas siguiendo la corriente fenomenológica aplicada a la Geografía defiende la idea de los espacios concéntricos. Para este autor el ser humano se circunscribe en espacios concéntricos, desde el vivencial hasta el universal. El espacio mundial, concéntrico, cubre al espacio cotidiano, de ese modo, la experiencia inmediata de la inmensidad, en un espacio envolvente, se amplía al diversificarse, cosa que sucede hoy en día en la medida de los conceptos de aldea global y globalización (Gómez Rojas 2001). Sin embargo, para Santos de acuerdo con su definición de espacio, la globalización como acción tienen lugar en determinados espacios, por eso para este autor no existe una globalización del espacio sino espacios de la globalización, espacios mundializados reunidos por redes (Santos, 2000). Considera dichas acciones como desterritorializadas y sólo volviendo al lugar, podemos hacer que las acciones de la globalización se territorialicen.

 

Es precisamente el espacio vivido, el lugar donde se desarrollan las experiencias vitales, el espacio local, el que debe cobrar protagonismo dentro del contexto de la globalización por dos razones: su oposición y su integración en dicho contexto, es decir, por la formación de la dialéctica espacio local y espacio global o localización y globalización. La inmersión del lugar en el Mundo nos impide dar una connotación exclusivamente individualista del lugar que no permita una conexión global con el espacio, el lugar se enfrenta al Mundo, pero también lo afronta (Santos, 2000).

 

Lo que parece evidente es que el microcosmos de lo local, se ve cada vez más determinado por fuerzas externas que escapan a su control. Estas fuerzas que afectan de una manera directa al orden cotidiano que se ha visto enriquecido por los enormes recursos de información y la comunicación y por lo tanto la percepción de la globalización aparece de una forma singular en espacio vivido. Por eso el redescubrimiento de la dimensión local es un factor determinante en la dimensión espacial de la globalidad. Cada lugar es a la vez una puerta de acceso a la globalidad, en el sentido de que va a ser el marco de referencia pragmático de las acciones de la globalización y por otro lado constituye una barrera por la oposición entre la fuerza del “aquí” y la fuerza de la homogeneización. La fuerza del “aquí”, con un sentido individual que está determinada por el espacio de experiencia, diverso y múltiple confeccionado con la acumulación de los legados transmitidos por tradición en un marco físico concreto determinante y determinado por su relación con el hombre, y la fuerza de la globalización que se entiende desde el lugar como una influencia exógena. El lugar crea una respuesta frente a la globalización, pero esta respuesta será diferente según cada espacio de experiencia, en definitiva, la localidad se opone a la globalidad, pero también se confunde con ella (Santos, 2000).

 

Conclusión

 

Entendiendo globalización como unión, la única globalización real, la de un mundo unificado tuvo lugar cuando los continentes estaban unidos, hecho hoy probado y fehacientemente demostrado. Esta unión física está siendo sustituida por la tendencia de la mundialización, debido a la sustitución del medio natural por un medio técnico-científico-informacional por lo que el medio físico ha sido ampliamente superado y no constituye una barrera que se oponga a este proceso, un proceso que a su vez produce espacios que constituyen el soporte de las principales acciones globalizadas. Por esta razón, la creación de una Pangea es una ilusión, una Pangea virtual que ha obviado el terreno, soporte de la diversidad, de los objetos y de las acciones.

 

La dimensión espacial de la globalidad se percibe a través de la visión global del mundo, que a través de su representación gráfica y de la evolución de ésta, resultado de hechos históricos de descubrimientos y de instrumentos tecnológicos cada vez más precisos, ha producido una conciencia planetaria y una nueva relación con el mundo. A la vez, la respuesta del lugar o del espacio local, la “fuerza del aquí “, se contrapone al espacio global, pero conviven dialécticamente.

 

La noción de un espacio global, homogeneizado y uniforme, concebido como un todo frente a la heterogeneidad del devenir, se impone como una construcción contemporánea que refleja una determinada concepción de nuestra institución simbólica racional. La dialéctica globalidad-localidad refleja el marco adecuacionista en el que se enmarca nuestro concepto de Razón. El mundo aparece como una totalidad frente a la diversidad adecuada de los fenómenos, dialéctica que refleja la oposición “Mundo-Territorio-Lugar”. La vieja contraposición entre lo Universal y lo Particular aparece como enfrentamiento y reacción entre la diversidad empírica y el fracasado intento por uniformizar los fenómenos sociales, culturales e históricos. La “fuerza del aquí” se enfrenta radicalmente con la “fuerza del todo”, consecuencia de una racionalidad avasalladora, fuente inagotable de identidad, unidad y objetividad. La compulsión de unidad y regularidad es el diagnóstico de la patología moderna, que subsume la diferencia y su radical pluralidad en un régimen uniforme de pensamiento y acción: una nueva “Pangea” inmersa en la triunfante identidad del mundo global.

 

Bibliografía

 

Boillot, G. (1984). Geología de los márgenes continentales. Editorial masson. Barcelona, 141 p.

 

Capel,H. (1981). Filosofía y ciencia en la Geografía contemporánea. Ed. Barcanova. Barcelona

 

Gribbin, J. La Tierra en movimiento. Bibiloteca científica Salvat.

 

Ferro, M. (2000). Malestar en la Globalización. Le Monde Diplomatique. Año V, nº 60.

 

Puyol, R., Méndez, R. y Estébanez, J. (1988). Geografía Humana. Ediciones Cátedra. 727 p.

 

Raisz, Erwin (1984). Cartografía General. Ediciones Omega. Barcelona. 436 p.

 

Uyeda, S. (1980). La nueva concepción de la Tierra. Continentes y océanos en movimiento. Editorial Blume. Barcelona. 269 p.