El título «¡Hola, 2024! +filosofía» es un agradecimiento a todos aquellos que hicieron posible que 2023 fuera un año de Filosofía. También es un llamamiento a la sociedad civil y a la comunidad científica ante los desafíos del futuro y ante la responsabilidad que nos exige el tiempo por venir.

El eterno cuestionamiento del estatuto de la Filosofía como saber no debe confundirnos, sino que debe marcar el derrotero del compromiso que nos exige la Historia: dar sentido a nuestra Humanidad e impulsar los hondos cambios de su trasformación en el futuro más próximo. Solo así conseguiremos la ansiada revolución que exige el ser humano en su vagar por el tiempo, por la habitabilidad y el cuidado. Nuestra esperanza es un cambio, un nuevo desarrollo que nos devuelva la confianza en el progreso del conocimiento, del saber y de la felicidad.

A todos vosotros os pedimos que unáis vuestros esfuerzos en una comunidad, tal como fue en un principio, para compartir y transferir conocimiento en todas vuestras responsabilidades, pero, sobre todo, en la docencia como ejercicio de generosidad, y sin condiciones. Solo enseñando seremos capaces de aprender, de ampliar el deseo de inquirir, de descubrir y averiguar con entusiasmo el origen y las dinámicas de nuestra experiencia, del sentido que crea el mundo.

Este querer saber y esta eterna y permanente investigación son los únicos motivos que legitiman nuestro encuentro con la realidad en la condición última de pensadores, artífices y valedores de las ideas. No caben más intereses ni imposturas. El título que detentamos no es un exordio de lo que sabemos, sino una exigencia de lo que tratamos de pensar.

El trabajo en equipos, la colaboración interdisciplinar e institucional, el auxilio mutuo, el generoso uso compartido del conocimiento son algunas de las exigencias del avance sin precedentes al que se enfrenta la Filosofía de mañana. Su internacionalización fomenta el establecimiento de redes académicas más amplias, fortaleciendo la calidad y el alcance de la docencia y de la investigación.

El alumnado desempeña un papel fundamental en este avance a través de su participación activa, del mantenimiento de sus exigencias intelectuales, generando enfoques innovadores y soluciones creativas que contribuyan al desarrollo de la disciplina. Es nuestra responsabilidad fomentar un ambiente educativo enriquecedor y estimulante, basado en la honestidad, en la independencia, en la creatividad y en la formación de habilidades y competencias, participando en comunidades filosóficas dentro y fuera de las aulas, contribuyendo a la construcción de un diálogo continuo y común.

Un enfoque riguroso de la Filosofía debe imponerse por encima de los prejuicios, de los intereses teóricos y administrativos, de los estatus académicos y de las insuficiencias de los profesionales. El rigor ha de impulsar una continua, real y permanente formación, evaluación y observancia de las diferentes prácticas: docentes, investigadoras y de producción y transferencia de conocimiento. No todo vale, ni todo merece el crédito de la comunidad científica, de la sociedad y de las instituciones nacionales e internacionales que deben favorecer e impulsar el alcance de los resultados.

El conocimiento científico, el desarrollo tecnológico, la fundamentación moral y los avances en la política y en la justicia deben estar orientados por una defensa de los imperativos filosóficos, de tal modo que nuestra convivencia, la dignidad humana y la armonía con los procesos naturales del arjé originario Tierra se conviertan en las máximas de nuestra acción.

El Arte ha de ser el principio y el límite de esta expresión originaria, y toda reflexión y todo cuestionamiento han de estar iluminados por la radicalidad de la experiencia artística, en tanto postulado y fin último de la realidad, del conocimiento, de la acción y de la sociedad, y, en definitiva, de la felicidad del ser humano en su condición de habitante y creador.

Nada de esto tendrá sentido si no somos capaces de vivir con pasión el tremendo encargo del que somos responsables. La rutina, el desencanto, la inercia y la cotidianidad no pueden lastrar las potencias de un pensamiento vivo, honesto y riguroso. Esta vivencia ha de ser radical, emocionante y apasionada, de lo contrario no ampliaremos los límites, el alcance y la extensión de nuestros conocimientos, y, lo peor, seremos incapaces de contagiar y transmitir la extraordinaria experiencia que nos ha legado la historia del pensamiento. Pero, la Filosofía no será arqueología, un saber pretérito y fosilizado en forma de Historia de la Filosofía, como un saber histórico-doxográfico, como pura filología, sino un quehacer siempre inacabado que resuena como ruido de fondo y sobre el que cobra sentido nuestro habitar en el mundo y en el tiempo vivido.

La entrega y la pasión han de exigirnos una inusitada audacia. Aquella que, junto al rigor y la honestidad, ha de conseguir que salvemos nuestras limitaciones y ampliemos las escalas en las que se da la experiencia, la comprensión y nuestro ingenuo contacto con las cosas, con el mundo que nos rodea, con los otros y con lo otro, pese a la adversidad y a la desproporcionalidad de los acontecimientos.

La Academia ha de ser el fiel reflejo de la comunidad, de la docencia, de la investigación, de la colaboración y la internacionalización, de las necesidades y logros de nuestro alumnado, del rigor, el arte y la pasión de este desafío, y de la audacia que se nos exige desde la sociedad del futuro. No puede ser un lugar cerrado, anquilosado en las rancias costumbres y en procedimientos endógenos, ni el frío museo donde solidificar y amplificar nuestros caracteres y personalidades. Una honda transformación ha de guiar su necesaria presencia, garantizando el rigor, el avance y la observancia estricta, radical y crítica.

La libertad es un postulado, una condición de posibilidad del programa de la Filosofía futura, ya que, sin la autonomía de la voluntad de un pensamiento vivo que se da a sí mismo, y sin la independencia respecto del determinismo de las instituciones, círculos privados, cortijos universitarios, rancias sociedades, jerarquías burocráticas, agencias de evaluación e índices de impacto, el filósofo no podrá ser considerado responsable de este avance, ni podrá existir en el futuro un pensamiento digno de ser calificado como Filosofía. Nos habremos detenido en el coaching, en el retorno de lo reprimido en forma paródica o en el modo del puro y estricto barbitúrico, generando un hartazgo y una enorme frustración de cógito interruptus.

Hoy, tal como fue en un principio, una vida que no se cuestiona, no merece ser vivida. Este eterno cuestionamiento, esta permanente controversia, este polémico escándalo forman parte del extraordinario espectáculo del ser humano en el mundo. Si antaño el estudio de las propiedades y de las magnitudes de las figuras en el plano o en el espacio nos ayudó a representar y comprender una nueva cosmología, hoy, ampliando las escalas en las que se da nuestra experiencia, conseguiremos extender nuestra comprensión de la realidad y del lugar que en ella ocupa nuestro mundo, de su transcurso, de su belleza, y de su bondad y fragilidad. 

La Filosofía es una geometría de ideas.