Fenomenología del sur.
Espacio, geografía y mundo de la vida
[Conferencia impartida en Belém, Estado de Pará. Brasil. 23/10/2020]
Ejercicio y representación. ― Los presupuestos fenomenológicos del mundo de la vida en el sur. ― Los dinamismos y efectuaciones de la subjetividad en la constitución del espacio. ― El espacio de intermediación. ― El nivel de la interfacticidad. Comunidad fenomenológica. ― Inconsciente simbólico. ― La deriva fenomenológica de la geografía.
Fenomenología del sur no es un concepto geográfico. Es un concepto estrictamente fenomenológico. Su distinción implica dilucidar lo que entendemos por “vida en el sur”, comprometiendo tanto el estatuto epistemológico de la filosofía fenomenológica como las concepciones contemporáneas de la geografía y el desarrollo histórico de la cultura en los mundos del sur. Plantear así este genitivo, “del sur”, implica una relación de posesión o pertenencia, expresa el todo del que se extrae una parte. Como concepto fenomenológico no debe conducir sólo a una lectura fragmentaria, regional, local, sino que debe evitar su abdicación como sistema, aunque sea como un sistema oculto, y quizá no formulable.
La filosofía fenomenológica debe exponer la vida como sistema sin anular la vida. Desde el mundo de la vida al imaginario colectivo, el sur, su tonalidad y su colorido afectivo determinan una transmisión diversa que da sentido a la presencia de una determinada corriente filosófica. La génesis de la fenomenología en América Latina y en el sur de Europa es diferenciable en su desarrollo por múltiples factores y aspectos. Estos factores y aspectos han quedado expuestos en una aproximación historicista y culturalista que adolece de un cierto prejuicio naturalista, amparado por una herencia positivista y un culturalismo aglutinante, inevitable en la narración de los acontecimientos de la filosofía en el sur[1].
[Ejercicio y representación.]
El éxito, auge y fracaso de las diferentes sistematizaciones y corrientes teóricas en América Latina (escolástica, liberalismo, positivismo, marxismo, estructuralismo, etc.), que se concretan en una determinada lengua filosófica y en una lectura histórico-crítica, se unen al amplio problema de las fórmulas filosóficas, a la oscilación inevitable entre el ejercicio y la representación, y al inevitable carácter sistemático de la filosofía. Las cosas mismas, ¿son representables? ¿Qué significa una fórmula filosófica? Hay una oscilación insalvable entre su ejercitación y su representación, entre lo que los escolásticos llamaban signación (in actu signato) y lo que llamaban ejercicio (in actu exercito). La fenomenología no es una fórmula expresada en definiciones. Husserl califica la filosofía como telos unitario e intento sistemático, pero su discurrir entraña lo que en otros momentos hemos calificado como “mirada fenomenológica”; un ejercicio no tematizado de experiencia previo a todo intento de sistematización y que debe aspirar a representarse como sistema.
La obra de Husserl es el más claro exponente de esta vieja dicotomía entre el ejercicio y la representación. En la introducción de Paul Janssen a la edición alemana de La idea de la fenomenología se habla de una crisis existencial en Husserl[2]. El 25 de septiembre de 1906, tal como Walter Biemel menciona en el año 1947, en su introducción a la mencionada La idea de la fenomenología, Husserl hace explícita esta tensión:
“Sin dilucidar, en rasgos generales, el sentido, la esencia, los métodos, los puntos de vista capitales de una crítica de la razón; sin haber pensado, esbozado, averiguado y demostrado un bosquejo general de ella, yo en verdad no puedo vivir sinceramente. Bastante he probado los suplicios de la oscuridad, de la duda que vacila de acá para allá. Tengo que llegar a íntima firmeza. Sé que se trata de algo grande, inmenso; sé que grandes genios han fracasado en la empresa”[3].
La “duda que vacila de acá para allá” muestra la imposibilidad de convertir en sistema su formulación filosófica. Sabemos que los esfuerzos programáticos de Husserl, sus intentos de resituación sistemática no fueron vanos, y que desembocaron en dos publicaciones centrales: el texto programático Filosofía como ciencia estricta[4] de 1911 e Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica[5] de 1913. Son los continuos, y siempre insuficientes, intentos de búsqueda de una exposición completa, aunque imposible, de la fenomenología, y que nos mostrarán la honda preocupación del pensador de Friburgo por una definitiva, aunque inalcanzable, resituación sistemática de su filosofía. El objetivo último de la fenomenología será ejercitar y representar, ser capaz de repetir algo sin que su fórmula se convierta en un texto sacralizado, pero sin renunciar al sistema. Tal como he dicho en otras ocasiones, hablamos de ese zu den Texten selbst (a los textos mismos) que parece sustituir perversamente al original zu den Sachen selbst (a las cosas mismas).
Paradójicamente, en su última obra, la Krisis, Husserl volverá a la dicotomía ejercicio y representación en un excepcional apéndice (Beilage XXVIII) que cierra el círculo de su ingente empresa filosófica y que aporta luz al sentido de la fenomenología de la vida en el sur. Citaremos en toda su extensión este texto en la traducción de Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina[6]:
“Seamos más claros. Lo que yo pretendo bajo el título de Filosofía, como meta y campo de mi trabajo, es algo que naturalmente yo sé. Y, sin embargo, no lo sé. ¿Quién es el auto-pensador a quien este “saber” le ha bastado siempre? ¿Quién es aquel para quien, en su vida de filósofo, la “filosofía” ha dejado de ser un enigma? Enigma, es decir, el sentido teleológico que llamamos “filosofía”, a cuya realización ha dedicado su vida empleando ciertas fórmulas expresadas en definiciones. Pero sólo los pensadores de segundo orden que, en realidad, no deberían ser llamados filósofos, descansan en sus definiciones, matando con sus conceptos verbales el telos problemático del filosofar. Lo histórico está metido en ese “saber” oscuro como en los conceptos verbales de las fórmulas; lo histórico es, en su sentido propio, la herencia espiritual del que filosofa; y es evidente que incluye también a los otros con los que está en conexión y filosofa en amistad o enemistad críticas. Y, filosofando así, está también en conexión consigo mismo, con su manera anterior de entender y hacer filosofía; sabiendo que, en este proceso, la tradición histórica, tal como la ha entendido y utilizado, no ha dejado nunca de intervenir para motivarlo espiritualmente. La imagen de la historia que se hace, en parte formada por sí mismo, en parte recibida, su “poema de la historia de la filosofía”, sabe que es algo fijo y no fijo; y, sin embargo, cada “poema” le sirve, y puede servirle para comprenderse a sí mismo y a su proyecto en relación con el proyecto de los otros y con su “poema”; y le sirve finalmente para comprender lo común a todos: la filosofía como telos unitario y como intento sistemático de cumplir el sentido para todos, en conexión con los filósofos del pasado (en tanto que podamos dar de ese pasado versiones poéticas con sentido para nosotros)”[7].
Este fragmento final de la obra de Husserl nos descubre la continua duda y el irresoluble dilema que siempre acompañó a su empeño como filósofo y al programa de una filosofía fenomenológica futura. El pensador dedicó su vida a la realización de la filosofía, empleando ciertas “fórmulas” expresadas en definiciones. El asunto que preocupaba a Husserl era el de estas fórmulas filosóficas, el de la oscilación inevitable entre el ejercicio y la representación, y el del inevitable carácter sistemático de toda filosofía. Sus continuos meandros filosóficos, como si de un caudaloso río se tratase, van dibujando la resistencia a la sistematización y su propia exigencia, al igual que muestran la necesidad de una formulación como ejercicio frente a la solidez infecunda de las definiciones y a la sacralización de los textos. Los manuscritos estenografiados de Lovaina, el Kleingeld, la “calderilla”, y los intentos infructuosos de sistematización son la expresión de la dicotomía ejercicio y representación, y contra lo que pudiera haber parecido en un principio, los textos programáticos de Husserl bloquean, en general, el desarrollo de la fenomenología, el despliegue de la idea de intencionalidad, que es más evidente en los manuscritos de investigación[8].
“Emplear ciertas fórmulas expresadas en definiciones”, tal como Husserl señala en la Krisis, ha sido la dedicación de su vida. Sin embargo, sólo “los pensadores de segundo orden”, expresión muy contundente en este contexto, que, en realidad, no deberían ser llamados filósofos, descansan en sus definiciones, “matando con sus conceptos verbales el telos problemático del filosofar”. La conclusión de Husserl es definitiva y presenta el gran problema de la Fenomenología. La solidificación de los textos, de sus definiciones, el zu den Texten selbst (a los textos mismos), no corresponde al Dichtung de la filosofía, a “fórmulas expresadas en definiciones”, a la expresión de su ejercicio más allá de su representación. Sin embargo, es preciso ser capaz de repetir algo sin que su fórmula se convierta en un texto sacralizado y sin renunciar al sistema.
La Fenomenología del sur se convierte en una formulación, en una composición filosófica en la que descansa un sistema oculto, una tarea común, un telos unitario y un intento sistemático. Si esta propuesta no fuera más que una noción geográfica, estaríamos hablando de un eslogan propagandístico. La suma de las aproximaciones fenomenológicas que se formulan en los países del sur geográfico no da como resultado una fenomenología del sur. Es necesario indagar en la posibilidad de un sistema oculto que no descansa ni en fórmulas evidentes ni en textos sacralizados; un saber oscuro, no formulable, que no reposa en definiciones y que se muestra ante el ejercicio de la “mirada fenomenológica”.
La Fenomenología del sur es ese Dichtung de la historia de la filosofía al que alude Husserl, la búsqueda desesperada de lo común, del sentido para todos, que se muestra en una oscilación entre el ejercicio y su representación y que resuena en el mundo de la vida en tanto mundo intencional de objetos que supone observar, operar, recordar, imaginar, compartir. Mundo vivido no homogéneo sino modulado con anterioridad a la diversidad de los círculos culturales, contribuyendo esta misma modulación a su capacidad englobante de absorción en una universalidad borrosa típica donde resuena la universalidad de lo puramente humano.
[Los presupuestos fenomenológicos del mundo de la vida en el sur.]
El factum previo es un modo de descripción que alude al mundo de la vida (Lebenswelt) en una amplia extensión del término. El mundo vivido debe estar en la base misma de esta formulación espacial, topológica, geográfica. No habría disritmia si no fuese porque en la experiencia básica del mundo vivido, la universalidad puramente eidética es gestionada por referencia a otra universalidad, no eidética: la universalidad propiamente humana de una comunidad. Esta comunidad de singulares, no sustantivable sin embargo, en una acepción naturalista y metafísica, ni como pueblo, ni como nacionalidad, ni como especie humana, ni como humanidad, es previa a cualquier intento de substrucción, de substruere, poner un cimiento innecesario, en el sentido de basamento para obtener una superficie en terreno accidentado. El mundo de la vida en el sur es este terreno accidentado, sobre el que se han ido depositando capas sedimentadas de sentido, institucionalizado simbólicamente y descrito en múltiples aproximaciones teóricas reduccionistas. Estas aproximaciones han constituido un ejercicio histórico-social por el que este mundo se ha constituido como tal, en un ejercicio crítico por el que deberíamos estar obligados a acceder a las cosas mismas en todo su esplendor y materialidad.
Esta posición central del mundo vivido como globalización básica hace que esa configuración suya de mundo de objetos compartidos con sus operaciones, con una universalidad borrosa típica, equidiste, por decirlo así, de otro tipo de universalidad, nada borrosa, pero muy diferente: el estrato donde se elaboran los sentidos, el nivel específicamente fenomenológico, donde se generan y deshacen interminablemente esbozos de sentidos, donde se dan las impresiones realmente originarias, desde donde se piensa, y donde se establece la universalidad de lo humano. Dice Husserl en la Krisis: “La intersubjetividad universal en la que se acaba resolviendo toda objetividad, es decir, toda síntesis, todo ser en general, no puede ser manifiestamente ninguna otra más que la humanidad que innegablemente es una parte componente del mundo”[9].
Podríamos resumir los presupuestos de este mundo vivido de la siguiente forma:
1.- Excluye un a priori universal previo. Es decir, no hay una ontología general, sino simplemente materia.
2.- Constituye una típica, no una eidética. Tipo es lo morfológicamente correcto y reconocible, coherente, familiar. Típica ligada a una praxis de enriquecimiento de sentidos.
3.- Supone una doxa compartida. Es algo subjetivo-relativo, determinado-indeterminado, pero con una objetividad que permite predicaciones no idealizadas.
4.- Es un mundo de evidencias originales con un horizonte de experiencia posible, que implica una normalidad, es decir, no hay todavía en este análisis partición de lo humano por mitologías en cuanto reduplicaciones de sentido, que estarían en la base de los círculos culturales en sentido estricto.
5.- Es una totalización sintética, con operaciones ligadas y abiertas, validaciones disponibles y renovadas (fungierenden Geltungen), con confirmaciones-denegaciones constantes. Unidad de una diversidad de experiencias infinitamente abiertas.
6.- Si bien la certeza está dada, el horizonte no está dado, ni cabe anticiparlo como proyecto.
7.- Es lo idéntico a aquello de que se habla: flujo de una lengua general, interpretable en la generalidad empírica.
8.- Supone una espacio-temporalidad objetiva, con simultaneidad y sucesividad continua.
9.- En el mundo vivido los otros sujetos son implicados intencionales de mi vida intencional original.
El mundo vivido es compartido intersubjetiva e interobjetivamente en el mismo espacio de referencia y en el mismo curso temporal continuo. Este presente simultáneo se extiende hacia atrás y hacia adelante, en forma de recuerdos y expectativas, conformando la realidad humana. A la posicionalidad actual, hay que añadir lo anterior y lo posterior. Lo pasado y lo anticipado constituyen uno y el mismo mundo objetivo, y ese mundo vivido puede considerarse como mundo de vida (Lebenswelt) de la humanidad. La Lebenswelt es el mundo al que se accede con anterioridad a cualquier ciencia. El mundo objetivo queda igualado con el mundo de la vida en cuanto comunidad completa de comunicación posible. El mundo vivido pasa a ser mundo de la vida en cuanto campo de batalla entre el enfoque de las ciencias humanas y el enfoque de las ciencias naturales.
[Los dinamismos y efectuaciones de la subjetividad en la constitución del espacio.]
Nos centraremos ahora en cómo se constituye la espacialidad en este mundo de la vida[10]. La afirmación provocadoramente anticopernicana, pero no ptolemaica, de que “la tierra (arkhé originaria) no se mueve”[11] significa que la fenomenología ha reconocido un hecho de la máxima radicalidad, que la realidad entera ha dejado de ser simplemente cósmica para pasar a ser realidad humana[12] y, a su vez, ha dejado de ser omnigea para ser geolocal.
El argumento de Husserl nos muestra el acceso a otra espacialidad, a otro nivel de espacialidad distinto del espacio copernicano en el que, evidentemente, la tierra se mueve. Esa espacialidad, exterioridad sin puntos ni distancias, es necesaria para que los cuerpos “funcionen”. La idea de espacio con la que hemos vivido es una idea en la que han confluido la ciencia clásica y la actitud naturalista. Es una idea de espacio práctica que implica nociones claras (puntos, instantes, distancias, simultaneidad) y que, sin embargo, resulta confusa. En escalas donde las actitudes clásicas no valen, cuando consideramos el espacio exterior desde el interior del Leib, del cuerpo vivido, hay que tener en cuenta los diferentes niveles de espacialidad y espacialización.
A la irreversibilidad, sucesividad y continuidad temporal, en implicación mutua, les corresponden ahora la exclusión, la exterioridad, y la distancia, también en relación de implicación. En el caso del espacio, es el juego de la inclusión/exclusión lo que hace la espacialización, el hacerse del espacio. En la serie fenomenológica distinguimos tres niveles de espacio: espacialización, espacialidad como exterioridad y espacialidad como distancia. Hay que distinguir tres niveles de espacialidad, aunque, en rigor, uno es de espacialización y los otros dos de espacialidad, en conjugación con lo que ocurre con el tiempo.
Hay, en contraposición con el hacerse del espacio y el tiempo, una espacialidad y temporalidad ya hechas, como espacio métrico, con puntos y distancias, conjugado con el tiempo continuo de presentes, siendo la simultaneidad la que liga la continuidad espacial a la temporal. En resonancia con este espacio, que denominamos diastemático, hay una espacialidad de orientación. Si la temporalidad espaciada, de mera sucesión, es mediadora entre la temporalización y la temporalidad de presentes, así también hay una espacialidad de mediación, la espacialidad de orientación, que media entre la espacialización y el espacio métrico de distancias de las operaciones intersubjetivas en el mundo efectivo.
[El espacio de intermediación.]
La mayor dificultad se encuentra en esa extraña configuración de espacialidad temporalizada sin distancias y de temporalidad espacializada sin presentes, esa espacialidad/temporalidad central y mediadora, donde se da la orientación y donde se distingue la interioridad de la exterioridad. Aparece de este modo el papel central de mediación de la espacialidad de orientación, donde se manifiesta la interioridad frente a una exterioridad dimensionada, sin que esa espacialidad necesite el anclaje de unas distancias fijas.
Clásicamente, a este espacio se le ha denominado lugar, tópos, pero podemos hablar de un espacio de intermediación como espacio topológico, o espacio de situación, de sinere, asignar un lugar, con sus dos funciones básicas de orientación y exteriorización. Esta topología fenomenológica se corresponde en otro nivel con la topología matemática, con sus nociones precisas de entorno abierto, vecindad, puntos límites o de acumulación, conjuntos cerrados, clausura, frontera, etc. La espacialidad diastásica o topológica es la que intermedia entre la espacialidad diastemática métrica y la espacialización de mera alteridad.
La suspensión y la inversión de lo natural rompen la continuidad aparente de la scala naturæ, dando lugar a una escala fenomenológica, con sus niveles fenomenológicos. Sólo entonces la espacialidad se escinde en una espacialidad de orientación y otra métrica. La espacialidad topológica de orientación anima, desde dentro, la espacialidad métrica de distancias. Sólo la consideración del espacio de intermediación como espacio topológico (orientación-localización-exterioridad) permitirá que el espacio métrico intersubjetivo “aguante” la llamada “primera idealización”, la generalización eidética de la típica, sin que el mundo vivido pierda su capacidad de absorción de la “segunda idealización”, la eidética científica.
Si la Tierra “no se mueve” y si el Leib “no se mueve”, no habrá una geografía naturalista, sino una geografía fenomenológica: la Tierra como suelo de la intersubjetividad. En lugar de un centro absoluto de coordenadas, tenemos un centro de orientación y, previo al espacio medible según dimensiones exactas, tenemos direcciones privilegiadas de acción: aproximación-lejanía, derecha-izquierda, arriba-abajo, Norte-Sur. El espacio de orientación sigue siendo un espacio transposible volcado hacia el futuro como la temporalidad espaciada.
La espacialidad topológica que media entre la espacialización y el espacio objetivo, es un espacio de orientación, no de coordenadas; un espacio de lugares, no de distancias, y un espacio en el que se abre la interioridad frente a la exterioridad. La orientación la impone la Tierra que se manifiesta como suelo, no como cuerpo que se mueve. Es por la Tierra por lo que el movimiento de sus partes o de otros cuerpos tiene sentido. Si la Tierra, en este espacio de intermediación, no es cuerpo sino suelo, es que hay una connivencia entre ella y el “reposo” o “movimiento” absolutos de los cuerpos que habitan en ella. Ahí tiene sentido nuestra Vida en el Sur. En ese caso, no hay distancias desde un centro privilegiado, sino direcciones privilegiadas desde un centro de orientación cuyo aquí absoluto es un topos, un lugar. Los ejes de orientación del cuerpo son previos a los ejes cartesianos de la espacialidad del siguiente nivel[13]. Además de espacio de orientación, el espacio intermedio es un espacio de lugar. Si la Tierra no es un cuerpo, sino que sólo tiene partes implícitas como cuerpos, es, sin embargo, un sistema de lugares. Husserl habla de la unificación en un solo lugar-suelo de una multiplicidad de lugares-suelos, de lugares-hogares
[El nivel de la interfacticidad. Comunidad fenomenológica.]
¿Hay un aquí privilegiado? El aquí absoluto es, paradójicamente, un “interior” exterior. Y precisamente ese aquí absoluto como lugar privilegiado nos proporciona la tercera característica de este espacio de intermediación, la interioridad, después de la orientación y la localidad. Sólo la visión naturalista concibe vulgarmente lo psíquico como interior. Tal “interioridad” sería puramente espacial, natural. La interioridad del Leib no es sino su lugar, el límite inmóvil, aunque insituable en el espacio, que envuelve al Leibkörper. Ese lugar “interior” envuelve “exteriormente” al cuerpo. Se cruzan la interioridad-exterioridad del espacio de distancias y la interioridad-exterioridad del espacio de lugares. Como el Leib no es un cuerpo, la noción aristotélica de lugar como límite inmóvil inmediato de un todo físico, se rompe, y el Leib como lugar desborda el cuerpo para ir al encuentro de otros aquíes absolutos como lugares análogos en una comunidad humana, más allá de la comunidad intersubjetiva de egos operatorios. Para esa comunidad “interfáctica” concreta de singulares no egoicos es el Sur nuestro punto cero de espacialización, conectado con la multiplicidad de los caminos de sentido como comunidad completa de comunicación posible, como una subjetividad colectiva in fieri, haciéndose.
[Inconsciente simbólico.]
El espacio de esta comunidad es un espacio compartido en interfacticidad, donde comienza el procedimiento de construcción conjunta de sentidos desde un inconsciente puramente fenomenológico a un inconsciente simbólico. Hay que derivar el inconsciente simbólico de este inconsciente fenomenológico. Cuando la subjetividad anónima, no egoica, aterriza en el territorio simbólico, con identidad y de mayor intencionalidad, se produce la inserción concreta y singular del sujeto en la institución simbólica. Es el paso, difícil, de la singularidad fenomenológica a la singularidad simbólica, trastienda inconsciente donde se elabora minuciosamente el sentido. En el inconsciente simbólico se produce la sedimentación de un núcleo de hábitos que al consolidarse el sentido se han instituido prematuramente «sin haber sido vividos». Es una especie de intriga simbólica que propende a la repetición y a su institucionalización apresurada en una comunidad cuyo índice climático tiene ya las señas simbólicas del Sur.
[La deriva fenomenológica de la geografía.]
La aportación de la geografía fenomenológica es, entonces, significativa, al menos para distinguir un nivel de espacialidad diferente de la espacialidad del mundo vivido después de la reducción. En este sentido nos atrevemos a decir que pensar la geografía como ciencia exige partir inexcusablemente de una descripción fenomenológica del espacio. De este modo, los conceptos de espacio, paisaje, región, territorio y lugar aparecen asociados, no a una espacialidad diastemática, también objetiva, tridimensional, con puntos y distancias, sino a un espacio temporalizado diastásico, que es justamente la exterioridad frente a la interioridad, la espacialidad topológica estricta donde aparece el índice climático del Norte y el Sur.
La geografía, aun manteniéndose en un estadio naturalista, fenomenológicamente ingenuo, ha acabado rompiendo tales nociones confusas y naturales, iniciando un movimiento “regresivo” que guarda grandes concomitancias y correspondencias con las configuraciones de los niveles fenomenológicos[14]. Superando el estadio “clásico”, la geografía debe delimitar las configuraciones que exceden el espacio diastemático, inscribiéndose claramente en niveles que se corresponden con los niveles fenomenológicos de exterioridad o de mera alteridad. Esto quiere decir que ya no son de recibo ni la actitud “filosofista” de aquellos para los que la geografía es una reflexión humanista sobre la posibilidad de acceder a modos subjetivos del conocimiento, ni la actitud “cientifista” de aquellos para los que no hay más conocimiento efectivo que el “positivo”. En las nuevas ciencias, que superan el estadio clásico, hay resultados que se corresponden con las configuraciones establecidas en la serie fenomenológica, de ahí la necesidad de una nueva geografía, una geografía fenomenológica, aún por hacer, y que tiene en la vida del sur su mundo de la vida.
[1] Álvarez Falcón, L. “América Latina y la Fenomenología del Sur”, en EIKASIA, Revista de Filosofía, n. 94, julio 2020.
[2] Janssen, P. «Einleitung», en Husserl, E, Die Idee der Phänomenologie, Fünf Vorlesungen, Hrg. u. eing. Walter Biemel. Husserliana vol. II, Martinus Nijhoff, The Hague, Netherlands, 1973. p. IX. Vid. Biemel, W. «L´idée de la phénomenologie chez Husserl», en Écrits sur la Phénoménologie, Ed. Ousia, Bruxelles, 2009; pp. 21-46.
[3] Biemel, W. «Edmund Husserl. Persönliche Aufzeichnungen», en: Philosophy and Phenomenological Research, XVI, 1956, pp. 293 y ss. La agenda se encuentra en el Archivo bajo la signatura X x 5.
[4] Husserl, E. Philosophie als strenge Wissenschaft, editado por Wilhelm Szilasi, Vittorio Klostermann, Frankfurt am Main, 1965.
[5] Husserl, E. Ideen zu einer reinen Phänomenologie und phänomenologischen Philosophie. Allgemeine Einführung in die reine Phänomenologie, Max Niemeyer Verlag, Tübingen, 1993. Traducción al español: Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica, traducción de D. José Gaos, Fondo de Cultura Económica, México, 1997.
[6] Sánchez Ortiz de Urbina, R. «¿Fenomenología del Sur?», en EIKASIA, Revista de Filosofía, n. 95, septiembre, 2020.
[7] Husserl, E. Die Krisis der europäischen Wissenschaften und die transzendentale Phänomenologie, Einleitung in die Phänomenologische Philosophie, Editado por W. Biemel, Husserliana vol. VI, Beilage XXVIII. Martinus Nijhoff, The Hague, Netherlands, 1969. Traducción al español: Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina.
[8] Álvarez Falcón, L. «Ortodoxia fenomenológica, fenomenología arquitectónica y estromatología», en VV.AA. Anuario Colombiano de Fenomenología. Volumen IX. Compiladores: Julio César Vargas Bejarano, Jeison Andrés Suárez Astaiza, Volumen IX, Colombia, 2017.
[9] Husserl, E. La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, trad. Julia V. Iribarne, Prometeo Libros, Buenos Aires, 2008, p. 220.
[10] Sánchez Ortiz de Urbina, R. Estromatología. Teoría de los niveles fenomenológicos, Brumaria-Eikasia, Madrid, 2014, p. 405-425.
[11] Husserl, E. Umsturz der kopernikanischen Lehre in der gewöhnlichen weltanschaulichen Interpretation. Die Ur-Arche Erde bewegt sich nicht. Grundlegende Untersuchungen zum phänomenologischen Ursprung der Köperlichkeit der Räumlichkeit der Natur in ersten naturwissenschaftlichen Sinne. Alles notwendige Anfangsuntersuchungen, Texto D 17 (1934), en Marvin Farber (ed.), Philosophical Essays in Memory of Edmund Husserl, Cambridge (Mass.), 1940, pp. 307-325. Traducción francesa: L´arche-originaire Terre ne se meut pas. Recherches fondamentales sur l´origine phénoménologique de la spatialité de la nature, trad. D. Franck, en La Terre ne se meut pas, Paris: Minuit, 1989. Traducción española: La Tierra no se mueve, trans. Agustín Serrano de Haro, Madrid: Facultad de Filosofía, Universidad Complutense, 1995.
[12] Sánchez Ortiz de Urbina, R. op. cit. p. 383.
[13] Richir, M. “L’espace lui-même: libres variations phénoménologiques”, Épokhè, nº 4, 1994, p. 161.
[14] Santos, M. Por uma geografia Nova, Editora da Universidade de São Paulo, 6ª edición, São Paulo, 2004.